jueves, 6 de octubre de 2016

¡¡¡A UNA SEMANA DE QUE SALGA “MIS CUENTOS ATREVIDOS”, LIBRO DIGITAL DE VICTOR GABRIEL PARDO!!!
PUEDEN CONSEGUIRLO POR UN BAJÍSIMO PRECIO EN SMASHWORD EN EL SIGUIENTE LINK:

De la sección CUENTOS CLÁSICOS ARGENTINIZADOS:

Cuento: Cenicienta Dada Vuelta
Había una vez una imponente casa de campo ubicada en algún lugar del sur, donde vivían una cincuentona viuda con aires de clase media, dos hijas tan fieras que, a no ser por el estatus social de su familia, nadie las quisiera tener cerca, y una hijastra a la que tenían de sirvienta, aunque era la verdadera heredera de los bienes de su difunto padre. Uno de esos chanchullos que se suelen hacer con la ayuda de abogados. La pobre Cenicienta, acostumbrada a que la traten como esclava, soñaba, como toda mujer que no puede vivir sin las telenovelas, que algún día un príncipe vendría a casarse con ella y la llevaría a vivir a su castillo. Aunque, con tal de tomártelas de ahí, la piba se hubiera conformado con un monoambiente en la Chacarita.
Un buen día se supo que “el Rey”, como le gustaba que le llamaran al gobernador de Santa Cruz, anunció a todas las familias del reino que tuvieran muchachas solteras que estaban invitadas a un baile real en el castillo, como le decían a la casa de la gobernación. La razón del festejo era presentar al hijo del rey en sociedad y, de entre las muchachas que asistieran, el rey esperaba que el príncipe eligiese a su futura esposa. Imagínense que el festejado no quería saber nada del casamiento. Se pasaba todo el día de joda y toda la noche de trolas, con pastilla azul y polvito mágico de por medio, claro está. Pero terminó aceptando la idea del matrimonio cuando se real progenitor (un rey con cierto problemita de ojo desviado) amenazó con quitar su nombre de los hoteles que les dejaría en herencia a él y a su hermana la princesa.
La vieja y las hijas estaban como locas: se mandaron a hacer vestidos con cortinas y sábanas, sacaron aros y collares con incrustaciones de piedras preciosas usando una tarjeta de crédito que no podían pagar, y hasta visitaron un gimnasio que, al fin y al cabo, no produjo cambio alguno en la hermanastra gorda. Cenicienta, en cambio, estaba bien en forma; la pobre no tenía una sola prenda buena. Y ustedes saben cómo son las fiestas de la gente de plata: si no tenés algo de (por lo menos) Cristian Pior, no te dejan entrar. Sabiendo esto, y para hacerse la buena, la madrastra de Cenicienta dijo que, si limpiaba la casa a tiempo, incluyendo el sótano, podía ir al baile. La piba estuvo fregando todo como una desesperada, cuestión de no perderse la joda; aunque todavía no sabía qué iba a usar. Se le había ocurrido afanarle algún vestido a la hermanastra anoréxica, aunque de seguro le quedaría apretado; ya que Cenicienta tenía buenas dotes femeninas y la otra era un palo vestido.
En el cuento clásico, un hada madrina visitó a Cenicienta, convirtió en caballos a dos ratones, en chofer a una lagartija, hizo un auto con una calabaza y, tras vestir como princesa a la joven, la envió al castillo. Lo que pasó en realidad fue que una banda de maleantes, dirigida por una conocida criminal de nombre Hada, se metió en la casa justo en el momento en que Cenicienta terminaba de limpiar el sótano usando unos desinfectantes que, por la poca ventilación, le dieron alucinaciones. Los maleantes pensaron en hacerle un secuestro exprés, así que los Hermanos Rata y El Lagarto, peligrosos criminales con frondosos prontuarios en su haber a quienes un juez irresponsable excarceló, se llevaron a la piba a pasear en la “calabaza”, una camionetita desvencijada que apenas andaba (más que calabaza, era una batata), mientras Hada, que resultó ser madrina del Lagarto, revisaba la casa y trataba de llamar a la madrastra de la secuestrada. Por suerte para ésta, las cosas andaban tan mal que, para poder pagar los peinados, la vieja tuvo que vender el celular. Luego de darse cuenta de que allí no sacarían nada, los maleantes decidieron soltar a Cenicienta en el centro, justo en frente del castillo.
El “Hada Madrina” había dicho que tenía hasta la medianoche, o eso se imaginó por los químicos que aspiró. Lo que dijo Hada fue “¡Más te vale que tu familia pague antes de la medianoche!”
Para las diez de la noche, el príncipe había bailado con todas las solteras y manoseado a casi todas las pretendientes, la mitad de las cuales lo denunciaron en la comisaría de la mujer. Y mientras vomitaba cerca de la puerta, el príncipe Maximilian, hijo del rey Nestórida y de la reina Cristinilda, vio entrar a Cenicienta, la mujer más hermosa que hubiera visto jamás. Amor a primera vista… o tal vez calentura. Lo importante es que bailaron (y apretaron) por horas. El tiempo parecía no pasar… ya que el reloj del salón se había roto. Pero ella se dio cuenta de que se acercaba la medianoche porque el vestido se le estaba convirtiendo en harapos. Le quedaba apretado y el príncipe se lo intentaba arrancar ahí mismo. Soltando al hijo del rey, ella corrió hacia afuera y se perdió en la noche. Lo único que quedó de ella, además de las ganas con las que se quedó el príncipe, fue una botella rota de vodka que, por la ingesta de etílicos, él confundió con un zapatito de cristal, el que decidió usar para encontrar a su amada. Como la mayoría de las mujeres se negaba a calzarse semejante “zapato” y el resto terminaba con heridas en las plantas y los tobillos, Maximilian creyó que jamás hallaría a Cenicienta; hasta que vio esos pies únicos, deformados por el constante trabajo doméstico, justo antes de irse de la casa de campo y tras haber lastimado los pies de las hermanastras, que calzaban 45 cada una pero se obstinaban en que el “zapatito” les entraría.
Luego de casarse, los novios se mudaron a uno de los hoteles de la familia real, que total está vacío todo el año. Dicen los rumores que él es adicto al cristal (y no el cristal de los zapatitos precisamente), y que ella gastó enormes cantidades de dinero del estado en verdaderos zapatitos de cristal, para no quedar como una boluda cuando cuente a las amigas cómo conoció al marido.
Colorín colorado, en pedo se casaron.
Fin
Victor Gabriel Pardo
Derechos Reservados


De la sección CUENTOS LINDOS, RAROS Y ESPANTOSOS:

Cuento: ¿Quién No Sueña Con Volar?
Siento a mi alrededor, dondequiera que vaya, como si una sábana me envolviera. Como si la energía del mundo me bañase. Como si mis pies se enraizasen en la tierra, y el agua fruyese en mí como la lluvia y el río. Y mis brazos se han convertido en alas, mis piernas en garras y mi pelo en plumaje. Mis ojos están cerrados al contemplar todo esto; pero los abro de repente al oír la voz de mi nietita que grita “¡Mamá! ¡En abuelo está sonámbulo de nuevo!” y veo a los vecinos que se ríen y a mi nuera que me agarra del brazo y me lleva hacia la casa mientras dice “¡Otra vez, abuelo! ¡¿Qué hace acá afuera en calzoncillos?! ¡Ahora me va a embarrar todo! ¡Y mire la sábana…!” y quién sabe qué más.
Cualquiera de estos días termino en un geriátrico.
Fin
Victor Gabriel Pardo
Derechos Reservados


De la sección CUENTOS DEL CAZADOR Y LA DIOSA:

Cuento: En Mis Tiempos
Hacía frío. Sé que hacía frío, aunque yo tenía calor. Y tenía calor siempre y cuando me quedase allí en mi espacio. Ese espacio era tan tranquilo que todavía, cuando evoco esos tiempos en que nada ni nadie me perturbaba, aún siento mi cuerpo en esa suavidad, solitario y sólo visitado por los rayos del sol que, en su viaje cósmico, me iluminaba al pasar. Miré hacia abajo, y en medio de mi ciudad había problemas: unos cuántos mortales chocaban sus escudos, y me da gracia pensar que alguna vez se les ocurrió desafiar a los dioses. Tuve qye bajar a la tierra e imponer orden. Castigué a algunos pueblos, premié a otros que habían obtenido grandes victorias en el campo de batalla, recorrí el mundo inspeccionando cómo estaba todo… Lo normal. Hasta que vi, a lo lejos en el mar, algo que se acercaba. Era el kraken, al que los otros dioses se atrevieron a liberar para destruirme. Sin embargo, le di batalla. Una pelea colosal podría decirse, en la que parte de la ciudad fue destruida. Y, cuando finalmente estaba por matar a la bestia, el úñtimo de los titanes que aún vivía, escucho esa voz estridente que repite una y otra vez “¡Está la comida! ¡Levantáte! ¡Apagá ese videojuego y vení a comer!”
¡Y bueh…! Mejor voy o me castigan.
Fin
Victor Gabriel Pardo
Derechos Reservados