De la sección CUENTOS, LINDOS RAROS Y ESPANTOSOS:
El Pasillo
Caminaba hacia el sur por la vereda de la calle Humboldt, cargando
en mi mano izquierda un maletín que resguardaba en su interior unos dibujos,
algunos útiles, un cuaderno con muchas hojas en blanco y otras escritas con
algunos pensamientos, un pomo vacío de crema antiacné, un cargador de celular,
un perfume de una marca que ahora no recuerdo y, por alguna razón, una bandita
elástica y una baraja de tarot. El maletín tenía un corte cerca de una de las
bisagras; pero, si uno se aseguraba de cerrarlo bien, servía a la perfección.
En mi mano derecha cargaba un bolso de casi un metro de largo
bastante maltratado, y que pesaba alrededor de ocho kilos; bastante aparatoso y
lo suficientemente pesado como para ir cambiándolo de mano cada cinco minutos.
Sabrán comprender que las cinco cuadras que debía hacer desde avenida Santa Fe
hasta mi destino parecían muchas más.
La calle era estrecha. Pero esto no evitaba que un sinnúmero de
autos se estacionen junto a ambos cordones; y las igualmente estrechas veredas
estaban pobladas por numerosos árboles. Era fácil llevarse a alguien por
delante. Miré a mi izquierda y, por sobre mi hombro, vi a un hombre que me
seguía. O creí que me seguía. Él caminaba detrás de mí y en la misma dirección.
Nada más. Quise ver hacia adelante, pero mi mirada cruzó una imagen que llamó
poderosamente mi atención: un pasillo largo con largas sombras, algo de
vegetación en las paredes manchadas de negro y, al final del pasillo, una gran
puerta de madera que se abría lentamente bajo un umbral abovedado. Me detuve.
Una brisa me permitió reconocer, entre la humedad, aromas de menta, sándalo y
rosas. Cerré los ojos sin darme cuenta y di una inspiración profunda seguida de
una sonrisa y un suspiro. Abrí los ojos, miré mis pies, miré hacia adelante y
levanté un pie para continuar la caminata. Pero, antes de dar el primer paso,
un leve llanto salió de ese pasillo. Miré nuevamente, pero nada había allí más
que esa puerta que se abría.
Me acerqué lentamente a ese extraño lugar ubicado entre dos
edificios, que bien podría haber sido un callejón si no fuese por el techo y la
puerta del final. Alguien chocó con su hombro mi brazo izquierdo, mientras yo
daba mis primeros pasos hacia aquél umbral. Un paso, otro y otro. Debí
detenerme por un momento, porque la ansiedad era mucha. Volví a caminar. A
mitad del camino, el débil reflejo que entraba por ambos extremos del pasillo
se hizo tan débil que me movía prácticamente a oscuras. Seguí andando con la mirada
clavada en la enorme puerta entreabierta, que dejaba salir una tenue luz que se
alargaba hasta un par de metros en el suelo. Y, cuando sólo seis metros me separaban
de la luz, una sombra me detuvo en seco; y una invisible mano se apoyó en mi
pecho.
Un par de ojos se abrieron en medio de las tinieblas justo frente a
mí, y una boca de la que sólo se veían los dientes me preguntó “¡¿Qué es lo que
hace aquí?! ¡Usted no puede entrar!”. Pregunté “¿Por qué?”. Y la sombre me dijo
“Porque trae muchas cosas con usted; y éste es un lugar al que se debe entrar
liviano, con lo justo y necesario”. Preocupado, pensé en volverme y seguir mi
camino original.
_ “¿Qué hago acá?” pensé.
_ “Elija” me dijo otra sombra a mi derecha. “El maletín o el bolso.
Uno de ellos podrá llevar y el otro deberá dejarlo”.
_ “¿Por qué?” quise saber. Y, antes de preguntarlo, la sombra frente
a mí me dijo “Porque lo que decida ahora cambiará todo. Lo que deje atrás, ya
no lo encontrará”. Afligido, me dije a mí mismo que necesitaba el bolso grande,
dentro del cual estaban el uniforme y los zapatos de la empresa, mi equipo de
mate, un abrigo y algunas monedas.
Definitivamente lo necesitaba. Una persona responsable lo hubiera llevado
consigo. Terco como soy, quise avanzar llevando todo mi equipaje; pero la luz y
la puerta se veían ahora muchísimo más lejos.
_ “Nunca llegará a ver la luz y a conocer los misterios si no se
decide a cambiar”.
_ “¿Por qué?” pregunté.
_ “Porque aferrarse es permanecer en las sombras” me respondió.
Miré hacia atrás y, donde antes habían estado la vereda y la calle, sólo
se veía el oscuro pasillo que se alargaba tanto que no podía divisar el
principio. Miré hacia la luz, bastante más allá de lo que había estado, dejé
caer el bolso, abrí el maletín y extraje de éste el perfuma, el cargador, el
pomo de crema y la baraja de tarot. Dejé estas cosas en el suelo, cerré el maletín,
lo tomé por la manija y, al fin, pude avanzar. Varios pasos adelante, noté que
las sombras con las que había hablado habían quedado atrás; y, antes de seguir,
les hice una última pregunta: “¿Hacia dónde estoy yendo?”. Y una de ellas me
contestó: “Hacia su futuro”.
Fin
Victor Gabriel Pardo
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