jueves, 30 de marzo de 2017

¡¡¡FINALMENTE SALIÓ GRATIS!!!

Les comparto en esta entrada el libro al cual está dedicado este blog, con cuentos que podrán leer por primera vez y compartir gratuitamente con todos sus amigos y amigas.

Esperando que lo disfruten, les recomiendo que no se lo pierdan.

¡¡¡Un abrazo a todos los lectores!!!

https://issuu.com/victorgabrielpardo/docs/mis_cuentos_atrevidos


jueves, 6 de octubre de 2016

¡¡¡A UNA SEMANA DE QUE SALGA “MIS CUENTOS ATREVIDOS”, LIBRO DIGITAL DE VICTOR GABRIEL PARDO!!!
PUEDEN CONSEGUIRLO POR UN BAJÍSIMO PRECIO EN SMASHWORD EN EL SIGUIENTE LINK:

De la sección CUENTOS CLÁSICOS ARGENTINIZADOS:

Cuento: Cenicienta Dada Vuelta
Había una vez una imponente casa de campo ubicada en algún lugar del sur, donde vivían una cincuentona viuda con aires de clase media, dos hijas tan fieras que, a no ser por el estatus social de su familia, nadie las quisiera tener cerca, y una hijastra a la que tenían de sirvienta, aunque era la verdadera heredera de los bienes de su difunto padre. Uno de esos chanchullos que se suelen hacer con la ayuda de abogados. La pobre Cenicienta, acostumbrada a que la traten como esclava, soñaba, como toda mujer que no puede vivir sin las telenovelas, que algún día un príncipe vendría a casarse con ella y la llevaría a vivir a su castillo. Aunque, con tal de tomártelas de ahí, la piba se hubiera conformado con un monoambiente en la Chacarita.
Un buen día se supo que “el Rey”, como le gustaba que le llamaran al gobernador de Santa Cruz, anunció a todas las familias del reino que tuvieran muchachas solteras que estaban invitadas a un baile real en el castillo, como le decían a la casa de la gobernación. La razón del festejo era presentar al hijo del rey en sociedad y, de entre las muchachas que asistieran, el rey esperaba que el príncipe eligiese a su futura esposa. Imagínense que el festejado no quería saber nada del casamiento. Se pasaba todo el día de joda y toda la noche de trolas, con pastilla azul y polvito mágico de por medio, claro está. Pero terminó aceptando la idea del matrimonio cuando se real progenitor (un rey con cierto problemita de ojo desviado) amenazó con quitar su nombre de los hoteles que les dejaría en herencia a él y a su hermana la princesa.
La vieja y las hijas estaban como locas: se mandaron a hacer vestidos con cortinas y sábanas, sacaron aros y collares con incrustaciones de piedras preciosas usando una tarjeta de crédito que no podían pagar, y hasta visitaron un gimnasio que, al fin y al cabo, no produjo cambio alguno en la hermanastra gorda. Cenicienta, en cambio, estaba bien en forma; la pobre no tenía una sola prenda buena. Y ustedes saben cómo son las fiestas de la gente de plata: si no tenés algo de (por lo menos) Cristian Pior, no te dejan entrar. Sabiendo esto, y para hacerse la buena, la madrastra de Cenicienta dijo que, si limpiaba la casa a tiempo, incluyendo el sótano, podía ir al baile. La piba estuvo fregando todo como una desesperada, cuestión de no perderse la joda; aunque todavía no sabía qué iba a usar. Se le había ocurrido afanarle algún vestido a la hermanastra anoréxica, aunque de seguro le quedaría apretado; ya que Cenicienta tenía buenas dotes femeninas y la otra era un palo vestido.
En el cuento clásico, un hada madrina visitó a Cenicienta, convirtió en caballos a dos ratones, en chofer a una lagartija, hizo un auto con una calabaza y, tras vestir como princesa a la joven, la envió al castillo. Lo que pasó en realidad fue que una banda de maleantes, dirigida por una conocida criminal de nombre Hada, se metió en la casa justo en el momento en que Cenicienta terminaba de limpiar el sótano usando unos desinfectantes que, por la poca ventilación, le dieron alucinaciones. Los maleantes pensaron en hacerle un secuestro exprés, así que los Hermanos Rata y El Lagarto, peligrosos criminales con frondosos prontuarios en su haber a quienes un juez irresponsable excarceló, se llevaron a la piba a pasear en la “calabaza”, una camionetita desvencijada que apenas andaba (más que calabaza, era una batata), mientras Hada, que resultó ser madrina del Lagarto, revisaba la casa y trataba de llamar a la madrastra de la secuestrada. Por suerte para ésta, las cosas andaban tan mal que, para poder pagar los peinados, la vieja tuvo que vender el celular. Luego de darse cuenta de que allí no sacarían nada, los maleantes decidieron soltar a Cenicienta en el centro, justo en frente del castillo.
El “Hada Madrina” había dicho que tenía hasta la medianoche, o eso se imaginó por los químicos que aspiró. Lo que dijo Hada fue “¡Más te vale que tu familia pague antes de la medianoche!”
Para las diez de la noche, el príncipe había bailado con todas las solteras y manoseado a casi todas las pretendientes, la mitad de las cuales lo denunciaron en la comisaría de la mujer. Y mientras vomitaba cerca de la puerta, el príncipe Maximilian, hijo del rey Nestórida y de la reina Cristinilda, vio entrar a Cenicienta, la mujer más hermosa que hubiera visto jamás. Amor a primera vista… o tal vez calentura. Lo importante es que bailaron (y apretaron) por horas. El tiempo parecía no pasar… ya que el reloj del salón se había roto. Pero ella se dio cuenta de que se acercaba la medianoche porque el vestido se le estaba convirtiendo en harapos. Le quedaba apretado y el príncipe se lo intentaba arrancar ahí mismo. Soltando al hijo del rey, ella corrió hacia afuera y se perdió en la noche. Lo único que quedó de ella, además de las ganas con las que se quedó el príncipe, fue una botella rota de vodka que, por la ingesta de etílicos, él confundió con un zapatito de cristal, el que decidió usar para encontrar a su amada. Como la mayoría de las mujeres se negaba a calzarse semejante “zapato” y el resto terminaba con heridas en las plantas y los tobillos, Maximilian creyó que jamás hallaría a Cenicienta; hasta que vio esos pies únicos, deformados por el constante trabajo doméstico, justo antes de irse de la casa de campo y tras haber lastimado los pies de las hermanastras, que calzaban 45 cada una pero se obstinaban en que el “zapatito” les entraría.
Luego de casarse, los novios se mudaron a uno de los hoteles de la familia real, que total está vacío todo el año. Dicen los rumores que él es adicto al cristal (y no el cristal de los zapatitos precisamente), y que ella gastó enormes cantidades de dinero del estado en verdaderos zapatitos de cristal, para no quedar como una boluda cuando cuente a las amigas cómo conoció al marido.
Colorín colorado, en pedo se casaron.
Fin
Victor Gabriel Pardo
Derechos Reservados


De la sección CUENTOS LINDOS, RAROS Y ESPANTOSOS:

Cuento: ¿Quién No Sueña Con Volar?
Siento a mi alrededor, dondequiera que vaya, como si una sábana me envolviera. Como si la energía del mundo me bañase. Como si mis pies se enraizasen en la tierra, y el agua fruyese en mí como la lluvia y el río. Y mis brazos se han convertido en alas, mis piernas en garras y mi pelo en plumaje. Mis ojos están cerrados al contemplar todo esto; pero los abro de repente al oír la voz de mi nietita que grita “¡Mamá! ¡En abuelo está sonámbulo de nuevo!” y veo a los vecinos que se ríen y a mi nuera que me agarra del brazo y me lleva hacia la casa mientras dice “¡Otra vez, abuelo! ¡¿Qué hace acá afuera en calzoncillos?! ¡Ahora me va a embarrar todo! ¡Y mire la sábana…!” y quién sabe qué más.
Cualquiera de estos días termino en un geriátrico.
Fin
Victor Gabriel Pardo
Derechos Reservados


De la sección CUENTOS DEL CAZADOR Y LA DIOSA:

Cuento: En Mis Tiempos
Hacía frío. Sé que hacía frío, aunque yo tenía calor. Y tenía calor siempre y cuando me quedase allí en mi espacio. Ese espacio era tan tranquilo que todavía, cuando evoco esos tiempos en que nada ni nadie me perturbaba, aún siento mi cuerpo en esa suavidad, solitario y sólo visitado por los rayos del sol que, en su viaje cósmico, me iluminaba al pasar. Miré hacia abajo, y en medio de mi ciudad había problemas: unos cuántos mortales chocaban sus escudos, y me da gracia pensar que alguna vez se les ocurrió desafiar a los dioses. Tuve qye bajar a la tierra e imponer orden. Castigué a algunos pueblos, premié a otros que habían obtenido grandes victorias en el campo de batalla, recorrí el mundo inspeccionando cómo estaba todo… Lo normal. Hasta que vi, a lo lejos en el mar, algo que se acercaba. Era el kraken, al que los otros dioses se atrevieron a liberar para destruirme. Sin embargo, le di batalla. Una pelea colosal podría decirse, en la que parte de la ciudad fue destruida. Y, cuando finalmente estaba por matar a la bestia, el úñtimo de los titanes que aún vivía, escucho esa voz estridente que repite una y otra vez “¡Está la comida! ¡Levantáte! ¡Apagá ese videojuego y vení a comer!”
¡Y bueh…! Mejor voy o me castigan.
Fin
Victor Gabriel Pardo
Derechos Reservados

martes, 27 de septiembre de 2016

¡Felices lecturas para todos!
Empezamos como siempre, con la sección CUENTOS CLÁSICOS ARGENTINIZADOS:

Gepeto Tenía Un Secreto

Cuenta la historia que Gepeto, un carpintero muy anciano de las afueras de Luján, soltero y sin hijos, en su soledad y necesidad de Cariño, construyó un nene de madera como de diez años de edad para que le hiciera compañía… ¡Hmmm! Podemos imaginarnos por qué era soltero y sin hijos. Es de entender que los vecinos le tuvieran bastante desconfianza.
La cuestión es que, como siempre pasa en los cuentos, un hada madrina que no tenía nada que hacer más que meterse en casa ajena y espiar a la gente, escuchó cuando el viejo dijo entre llantos cuánto le gustaría tener un hijo, a la vez que abrazaba al muñeco de madera. Enterneciéndose de él, y sin oír para qué quería un hijo ni darse cuenta de que ese abrazo no era sólo un abrazo (de hecho, si el muñeco ya hubiera sido un niño de verdad, habría denunciado a su creador por tocamientos indebidos), el hada madrina decidió darle vida a la creación de Gepeto, que ahora podía hablar y moverse como cualquier niño real. ¡Se imaginarán el susto que se pegó el viejo cuando vio que uno de sus juguetes se movía por propia voluntad! ¡Casi le da un infarto! Lo primero que supuso fue que Pinocho, como había nombrado al muñeco, estaba endemoniado; por lo que decidió llamar a un cura para que le bendijera la casa. Curiosamente, el cura del pueblo era uno de sus mejores clientes; y le había encargado media docena de muñecos de madera que, igual que Pinocho, parecieran niños de diez años… Cuando el padre vio que Pinocho estaba vivo, lejos de asustarse, le pidió a Gepeto que le hiciera media docena de ésos. El viejo le confesó que no tenía idea de cómo es que cobró vida; así que, decepcionado y sin la menor intención de hacerse el exorcista (ya que la noche anterior había visto esa película y estaba cagado hasta las patas), el religioso se fue, no sin antes recomendarle al carpintero la iglesia universal, donde aparentemente hacen exorcismos todos los fines de semana. El problema es que en esas iglesias te manguean antes de que puedas decir “perdóneme padre porque he pecado”. Y Gepeto, que no tenía un sope, se fue a la cuarta vez que le acercaron la canastita de las ofrendas.
Luego de volver a casa y ver que Pinocho no estaba poseído ni le quería hacer nada malo, decidió criarlo como a su hijo. Lo mandaba a limpiar la pieza, a hacer los mandados al mercado chino, a lavarse las manos antes de comer… Esto último no le gustaba a Pinocho, ya que el agua y la madera no se llevan muy bien juntas.
De lo que pronto se dio cuenta Gepeto fue que a Pinocho le crecía la nariz cuando mentía; por lo que decidió llevarlo al prostíbulo local, donde siempre había gente dispuesta a perder algo de plata en el truco. Se imaginarán que la idea era ponerlo en el equipo contrario. Al final de cada mano, cuando el inocente niño de madera había hecho perder todo a sus ocasionales compañeros de partida, éstos lo amenazaban con arrojarlo al fuego para el asado; pero se salvaba porque siempre lo salían a defender las prostitutas del lugar. Uno creería que a ellas les salía el instinto materno; pero la realidad era que, según los rumores, la nariz no era lo único que le crecía a Pinocho cuando mentía. Y, por si estos rumores no fuesen ciertos, ellas conocían posiciones del Kamasutra para experimentar con esa nariz.
Como la cabeza de Pinocho era de madera, su mente no era muy ágil que digamos. Y así es que, cada dos por tres, algún zorro le hacía creer en el cuento del tío. Gepeto le había advertido que ese tío era un estafador, pero él no le hacía caso.
En una rateada con amigos, Pinocho se fue tan lejos que se perdió. El viejo lo buscó por todos lados, y casi termina en el Moyano cuando un doctor de esa institución lo hoyó decir que andaba buscando a un nene de madera de como diez años. Asimismo, casi termina en cana por estar contando la misma historia cerca de la comisaría. Lo que sucedió fue que, haciendo dedo, Pinocho logró que una pareja lo subiera a su auto y lo llevaran con ellos de vacaciones al sur. Visitaron museos, vieron pingüinos e incluso hicieron avistaje de ballenas. Quiso la mala suerte que el barco desde el cual admiraban a los cetáceos se balancease justo cuando Pinocho se asomaba para sacar fotos, y éste fue a parar a las fauces de una ballena franca austral que pasaba por allí. A la pobre, que no hacía otra cosa que comer plancton, le dio una indigestión de la puta madre; y fue a parar a la playa en busca de la ayuda de Greenpeace. Pero la gente que allí se reunió a ver al gigante encallado, con la carne tan cara como está, decidió hacer un asado comunal para toda la ciudad de Puerto Madryn. Con la grasa hicieron aceite para las tortafritas, y donaron el esqueleto y las barbas de la ballena al museo de ciencias naturales. Al terminar, sólo quedaban un montón de tripas de ballenas con las que las gaviotas se hicieron un festín, gracias al cual Pinocho se vio libre del estómago gigante.
Una vez en casa, el hada madrina convirtió al muñeco en un niño real, reemplazando su cuerpito de dura madera por uno de carne y hueso, cosa que entusiasmó al anciano Gepeto más que a Pinocho mismo. Esa misma noche, luego de una visita nocturna de su padre, Pinocho se cuestionó si lo que el hada madrina hizo por él era en verdad un favor. Y, como todo niño real, finalmente pudo llorar y levantar una denuncia.
Colorín colorado, al pedófilo encerraron.
Fin

Victor Gabriel Pardo
Derechos Reservados


Ahora uno de la sección CUENTOS LINDOS, RAROS Y ESPANTOSOS:

Una Flaca Como Esa

Primero la sacaron de su descanso. Después le quitaron todo. Y, como si aquello fuera poco, la lavaron hasta que quedó reluciente. Su exquisita blancura y la gracia de su figura la hacían más deseable de lo que ellos se imaginaron que sería. Sabían que ésta valdría por lo menos mil dólares. En cuanto estuvo en el lugar pactado para la venta, donde un grupo de importantes hombres se reunían alrededor de la “mercancía”, las ofertas comenzaron a llover. Su comprador pagó por ella más de cinco mil dólares. La metió en el baúl de su auto y se preparó para partir. Podría haberla llevado adelante, pero no quería tener que explicar de dónde la había sacado. Hace mucho que buscaba una igual, y ahora la tenía, sólo para él. Estaba que no se contenía de la felicidad. Se pasaba horas mirándola, tocándola, acariciando cada centímetro de ella. Pero ella tenía algo que lo hacía sentir incómodo: Era como si sus ojos aún estuvieran allí, mirándolo fijamente. Como si aquello que solía ser piel tersa y carne trémula aún se estremeciese bajo el rose de sus manos. Como si sus labios apareciesen de repente y, rojos como habían sabido ser, quisiesen besarlo. Atrapado por la visión, él la abrazó como antaño hizo tantas veces, y la besó apasionadamente sin sentir el paso del tiempo. Por esta misma razón, y porque tenía los ojos cerrados, no vio que sus alumnos de anatomía entraban en el salón de clases. Nadie se atrevió a decir nada. Estaban espantados.
A él no le importaba lo que la gente pensase. La amó antes y la amaba ahora aún más. Nada de lo que la gente opinase al respecto importaba. Para su desgracia, las autoridades de la universidad pensaban diferente, y veían muy mal que uno de sus profesores tuviese apetitos sexuales tan espantosos.
Él abrió los ojos justo a tiempo para ver cómo un oficial de policía le arrebataba de un tirón el esqueleto que sostenía entre sus brazos; y a los enfermeros que, con una camisa de fuerza abierta, se le acercaban lentamente.
Fin

Victor Gabriel Pardo
Derechos Reservados


Y, para terminar, la sección CUENTOS DEL CAZADOR Y LA DIOSA:

Divinas Discusiones

Hubo una vez una discusión entre los dioses. Estaban enojados, se empujaban los unos a otros, y se estaban por agarrar a las trompadas. Zeus (o Thor, como le apodaban los amigos), lanzaba rayos por doquier; Quetzalcóatl (la serpiente emplumada, como le decían por el disfraz que usó durante el último carnaval) andaba amenazando con el hacha de piedra a todo el mundo; y Jehová se hacía el misterioso diciendo que todo pasa porque él lo permite, pero nadie le daba bola porque estaba de vacaciones permanentes tras haber trabajado seis días de mierda.
Ellos y otras divinidades se disputaban haber creado a los hombres. Y, como cada uno tenía una versión de los hechos, hubo varios reclamos por derechos de autor que terminaron en juicio. La corte era precedida por Palas Atenea, la diosa de la sabiduría, quien hizo atestiguar a la más vieja de todos ellos: Pachamama, también llamada Hera entre los griegos (o “mamá”, como le decía la jueza). El problema fue que la madre tierra estaba tan vieja que la senilidad la hacía olvidarse las cosas. Entonces decidieron llamar como testigos a aquéllos humanos que podrían dar algún dato que apoye o rechace alguna de las versiones de quienes reclamaban la patente de la creación.
Primero llamaron al hombre más viejo del mundo, suponiendo que por sus años sabría reconocer a cuál de ellos le debía su existencia. Pero el hombre estaba igual de senil que Pacha, por lo que se limitaba a mirar uno por uno a todos los dioses; hasta que de repente dijo “¿Dónde está el muchacho que tenía todos esos brazos?” Los dioses se miraban entre sí sin entender, hasta que Zeus se acordó.
_ “¡Ah, Vishnu! ¡¿Dónde estás, che?!” dijo el olímpico mirando a todos lados.
Pero nadie respondió, ya que Vishnu era el único que se había quedado trabajando ese día. Entonces llamaron a Darwin, quien se negó a declarar ante esa corte, cuya autoridad y existencia no reconocía. Además, sabía que, apenas abriese la boca, alguno de aquéllos lo cagaba a trompadas o lo fulminaba con un rayo.
Jehová trajo como testigo suyo al papa Francisco, esperando que el representante de la iglesia católica le diera un toque de seriedad a sus reclamos; pero los demás dioses no pudieron contener la carcajada cuando el sumo pontífice les dijo que Jehová era todopoderoso.
_“¡Ni siquiera pudo evitar que se coman una manzana!” dijo entre risas la divina Atenea.
Entonces apareció Carlos, el dueño del boliche donde semejante juicio tomaba lugar. Y les dijo “Bueno Muchachos. Ya vamos a Cerrar”.
_ “¡No, Don Carlos! ¡Un ratito más y terminamos!” rogó el gran Zeus.
_ “¡No, no, no! ¡Vamos que hay que limpiar! ¡Saliendo todo el mundo!” respondió el hombre.
Indignado por semejante trato, el padre de los dioses pensó por un momento en castigar al bolichero; pero se contuvo, por si el tipo se llagaba a enojar y no los dejaban entrar más. Al salir a la calle, Pacha vio que la túnica de su hija tenía una mancha, y le dijo “Cuando lleguemos a casa, poné el disfraz en remojo; que si queda manchado me cobran multa”.
Fin

Victor Gabriel Pardo

Derechos Reservados

miércoles, 21 de septiembre de 2016

¡¡¡Feliz primavera para todos!!! ¡Esta semana les mando un saludo en honor a Ostara, la diosa germánica de la primavera!



¡Espero que hayan disfrutado del día!

Empezando, como siempre, por la sección CUENTOS CLÁSICOS ARGENTINIZADOS:

La Bella Se Comió A Bestia

En una tierra remota, en un barrio privado de las afueras de Río Gallegos, vivía un viejo al que se le había muerto la mujer; y, además, estaba forrado en guita. Tenía negocios en el exterior, así que los ahorros los tenía en dólares. Uno creería que, a pesar de estar en la tercera edad, lleno de plata y sin la jermu para que le rompa las que le cuelgan, su vida serían un viva la pepa; pero no. Tenía tres hijas en edad de casarse; o sea… Él  quería que se casasen para sacárselas de encima y poder traer a las chicas de los fines de semana (y a las secretarias) a la casa; así no tendría que gastar tanto en telos. Era medio amarrete el viejo.
Como toda piba que nace en cuna de oro, las dos hermanas mayores, unas grandotas boludas que pasaban de los treinta y que, a pesar de ser un espanto, tenían la nariz más parada que obelisco, se pasaban todo el día de shopping reventando las tarjetas visa y mastercard que el padre les había extendido. La otra hija, en cambio, se quedaba en casa atendiendo cariñosamente al padre. Obviamente, la hija menor, a la que todos llamaban Bella (aunque no se sabía bien si era su nombre real o si le decían así porque, a diferencia de sus hermanas, la piba estaba bastante bien por donde se la veía…), era la favorita del anciano. De hecho, pasaba tanto tiempo con él que la gente empezó a decir que el tipo se estaba comiendo a la hija. Él le quería regalar cosas, pero ella le decía que no necesitaba nada. Bella había entrado en una onda new age, hacía reiki, se hizo budista… Demasiado humilde en opinión de su padre, y tremenda boluda en opinión de sus hermanas.
Un día como cualquier otro, mientras las hermanas feas gastaban a más no poder las arcas familiares, los negocios sufrieron un revés a raíz del cepo declarado por el gobierno y la entrada de capitales chinos. Las acciones se fueron a la mierda. El viejo tuvo que cerrar un montón de oficinas, vender la mitad de sus bienes, sacar préstamos… Estaba como loco. Encima, dos de las “nenas” seguían gastando como siempre. Entonces, para calmar un poco la depresión, se fue al bar más paqueta que pudo encontrar; y, olvidando que los morlacos andaban escaseando, estuvo toda la noche invitando rondas de tragos. Para cuando se fue del bar, tenía los bolsillos secos y la visión tan nublada que no hubo señal de tránsito que respetara; y, cuando llegaba a casa, se llevó puesta la garita del guardia de seguridad. Tuvo que vender el Ferrari para pagar las multas que le pusieron.
Al principio, la única de sus hijas que entendía lo grave de la situación era Bella; pero las otras dos se dieron cuenta cuando, por primera vez en su vida, una cajera les dijo que sus tarjetas habían sido rechazadas. Y, como ninguna de ellas estaba dispuesta ni preparada para trabajar, ni en pedo se atrevían a sacar un crédito personal para sacar los dos Gálaxy que les habían prometidos a sus respectivos amantes. En cuanto éstos se enteraron de lo sucedido, sabiendo que los días de vividores se les habían terminado, se volvieron a trabajar en el puerto y no las vieron más.
Al anciano jefe de familia sólo lo consolaba la hija menor; mientras que las otras se desvivían buscando que algunos de los amigos ricos con los que solían ir a los after-hours del centro se casoriaran con ellas. Por suerte, unos cuantos meses después, una de las empresas en las que el viejo había invertido, la inmobiliaria de su amigo Lázaro, amigo íntimo de cierta presidenta de todos los argentinos, empezó a remontar vuelo de modo extraordinario. Como se imaginarán, la bonanza volvió enseguida; tanta que el hombre tuvo que mandarse a hacer unas cajas de seguridad en el sótano (algo que, aparentemente, se estaba poniendo de moda en aquéllas tierras del sur).
Para aquél entonces, las hijas mayores, al ver la miseria que pasaban, se habían casado de apuro con unos hermanos italianos (un par de plomeros bigotudos que se pasaban todo el día pisando tortugas e intentando rescatar a cierta princesa de las alcantarillas…). En cuanto se enteraron de la buena fortuna de su padre, se divorciaron; y enseguida volvieron a pasearse por las galerías más pitucas de la provincia, a comer caviar y a hacer todas esas cosas que siete meses de pobreza les habían privado hacer. Bella, en cambio, lo único que le pidió a su viejo fue que le trajera una rosa. El tipo le dijo “¡¿Una rosa?! ¡Si querés, te compro un local de flores entero! ¡O te mando sembrar todo un campo de rosales! ¡Pedíme algo más!” Pero ella le explicó que era feliz sin más que eso. Las hermanas ya decían “¿A ésta no le pasará algo malo?” Lo que pasa es que Bella, de tan al pedo que estaba al no tener que trabajar para vivir, tomaban cursos de yoga, liberación emocional y magia. Y en éste último le habían pedido una rosa para un supuesto hechizo de amor. Cosas que la gente hace cuando la plata le sobra…
Sucedió luego de una reunión de negocios, y durante un corte de ruta que llevaban adelante unos docentes a quienes el gobierno de Santa Cruz no les depositaba los sueldos desde hacía medio año, que el empresario se vio en la imposibilidad de avanzar; hasta que vio un camino rural que parecía ser una buena opción para sortear el obstáculo. Mientras giraba el volante, justo antes de alejarse de los manifestantes, grito “¡Vayan a dar clases, vagos de mierda!”
Tal vez fue el karma… Tal vez fueron las malas ondas… O tal vez el viejo tenía una suerte de mierda. La cuestión es que el camino que tomó lo llevó hasta un castillo que nunca en su vida había visto. O sea… un caserón de la puta madre ante el cual su mansión parecía una casilla de la villa 31.
Según el cuento clásico, al entrar en el lugar, el hombre vio que las puertas y las tazas se movían, que los televisores se prendían sólos cada vez que Cristina daba un discurso… Eso sí: no tenía de qué quejarse. A la hora de la cena lo esperaba una cena de bienvenida espectacular, le habían preparado la mejor habitación en la que había estado con la cama más cómoda de todas aquéllas en las que alguna vez había dormido. Decididamente, era un lugar de cinco estrellas. ¡Pero los objetos se movían sólos…! O eso es lo que él creyó. Lo que pasó en realidad es que el viejo, como toda la gente que tiene guita para tirar para arriba, no se rebajaba a mirar (¡y menos saludar!) al portero, ni a la recepcionista, ni al cadete que le llevó las valijas al cuarto, y mucho menos a la moza que le trajo la comida… ¡Así cualquiera ve que las cosas se mueven solas! ¡Encima, todas las demás habitaciones estaban vacías! El tipo terminó creyendo que el sitio estaba embrujado; pero se dijo a sí mismo “Al menos, si hay fantasmas, no son de los que gustan de asustar. Obviamente se dieron cuenta de que soy un huésped de categoría”.
A la mañana siguiente, la radio que había en el cuarto se encendió aparentemente “sin que nadie la tocara”, y el hombre se despertó justo para oír en las noticias que el corte en la ruta había terminado luego de un operativo policial; habiendo quedado tan sólo unas pancartas ensangrentadas al lado de la ruta. Una hora después, tras bañarse y ponerse un traje nuevo que, él creía, “algún encantamiento habría hecho aparecer”, y tras disfrutar de un exquisito desayuno que “mágicamente” apareció en la mesita de luz, se estaba subiendo al auto cuando, tras ver un rosal y acordarse del pedido de su hija, decidió cortar una rosa y llevársela. Antes de poder volver al auto, una bestia peluda como de dos metros veinte de alto se le paró enfrente y lo llevó por la fuerza al interior.
Según nos cuentan, el monstruo, que resultó ser el dueño del castillo, se enojó porque el viejo de mierda, encima que lo trataban como a un rey, le quiere robar una flor. Pero lo que en verdad sucedió es que el empresario, como toda persona importante, se cree que es natural que lo traten bien. ¡Y se olvidó de pagar! ¡¿Pueden creer?! ¡Claro…! ¡Si era su secretaria la que se encargaba de girar los cheques de sus gastos! ¡Ni eso hacía por él mismo! Al creer que se quería ir sin pagar, Bestia, un chabón grandote al que le decían así porque parecía un animal (tanto por su tamaño como por su cuestionable higiene) y del que se decía que casi le agarra gangrena en una pierna, lo paró en seco y lo metió por la fuerza en el castillo, que resultó ser un hotel perteneciente a cierta familia que años después, tras un recambio de gobierno, sería investigada por enriquecimiento ilícito.
El monstruo dejó que el hombre se fuera a cambio de que le prometiera llevarle a la hija que había pedido la rosa. El viejo no tuvo más opciones que aceptar entregar a la hija o quedar encerrado por el resto de su vida (o hasta pagar la multa que le impusiera el juez). Cuando aquél se fue, Bestia se relamía pensando en la chica que le iban a llevar para que se coma… metafóricamente hablando, claro está; puesto que, con lo feo que era, sólo le daban bola las chicas que cobran.
El viejo no quería saber nada con que la hija se fuera con el monstruoso dueño del castillo, e incluso se le cruzó por la cabeza mandarlo liquidar; hasta que supo que quienes administraban el lugar eran miembros de la familia más poderosa de Santa Cruz. Por miedo a que se lo llevaran al padre, y por la emoción que le causaba que un noble la reclamara, Bella se decidió a ir. Además, quería saber exactamente qué es lo que aquél extraño tenía de “bestia”. Con semejante apoda, la piba se imaginaba que, apenas llegara, el chabón la agarraba y le hacía de todo ahí mismo en la recepción. Sin embargo, se equivocó. Bestia, que no daba su nombre a conocer para evitar quedar pegado en alguna causa judicial, la trató mejor de lo que se hubiera imaginado: Le sirvió comidas deliciosas, jugos de frutas tropicales (ella esperaba cerveza tirada, pero se conformó), le armó la cama… Ahí ella se dijo “Ahora viene el quí de la cuestión”. Pero se equivocó nuevamente: por más que lo esperó, Bestia no la molestó en toda la noche. La chica ya se preguntaba si él sería gay o impotente. “¿Para qué quería que venga sinó?”
Así pasaron los días, entre conversaciones corteses, paseos por el campo, cenas que incluían langosta, caviar, pulpo, algún que otro viajecito a Italia los fines de semana… y demás cosas que la gente normal no podría pagar. Ella le había empezado a agarrar cariño al bicho éste que la hospedaba, y que cada noche después de la cena le pedía que se casara con él, recibiendo cada vez un nó por respuesta.
Bestia le había regalado a Bella un espejo mágico con el cual podía ver lo que pasaba en la casa de su familia. Era en realidad una Tablet con internet ilimitado con la cual veía en el face todo lo que sus hermanas publicaban (prendas nuevas, joyas nuevas, chongos nuevos, y todo lo que el dinero del viejo podía pagar). Pero ella, que era una analfabeta tecnológica, creyó que era un espejito mágico. La cuestión es que así se enteró que su progenitor estaba muy triste, haciéndose la cabeza pensando en todas las cosas que el horrible dueño del castillo le estaría haciendo por las noches. Hasta había quedado de cama. Las hijas mayores ya hablaban de internarlo en un psiquiátrico y heredar antes de tiempo. Preocupada por su padre, y por la injusta repartija que sus hermanas harían con la herencia, le rogó a su captor que la dejara ir por unos días. Sorprendentemente, éste le dijo que le daría una semana; y que al octavo día debería estar de vuelta. Ella prometió cumplir.
Como las hermanas mayores de Bella eran malintencionadas, por lo que eran feas por fuera y también por dentro, cuando faltaba sólo un día para que Bella se pegase la vuelta, le cambiaron la fecha en la Tablet antes de que ella despertara, haciéndole creer que todavía tenía tres días más. Pero uno de esos días en que Bella se olvidó de cargar la Tablet, ésta se apagó. Al cargarse lo suficiente, la chica la encendió y la fecha se actualizó automáticamente. Al ver qué día era, y comprobar que había faltado a su palabra, rajó para el hogar de Bestia, a quien halló agonizando en el jardín que ambos solían recorrer cada mañana después del desayuno. Ella se dijo así misma que era su culpa, y estaba segura de que él moría de dolor. En parte era cierto: moría de dolor, pero por una enfermedad de transmisión sexual que una de las chicas por hora le había contagiado.
Lamentando haberse ido, y creyendo que él moriría sin remedio, Bella le dio un beso en la boca a Bestia, arriesgándose a contagiarse quién sabe qué cosas, y le dijo que sí se casaría con él. Luego de oír esto, como por arte de magia (es decir, luego de un baño, una afeitada y una cirugía estética de emergencia), Bestia se convirtió en un rubio de ojos celestes a quien todas las revistas de moda querían fotografiar.
La noche de bodas, apenas dieron el sí, Bella se llevó a su reluciente marido al cuarto incluso antes del “puede besar a la novia”. Es que quería confirmar si el apodo de “Bestia” lo tenía bien puesto.
Y, colorín colorado, esa noche se encamaron.
Fin

Victor Gabriel Pardo

Derechos Reservados


Segundo, de la sección CUENTOS LINDOS, RAROS Y ESPANTOSOS:

Buscando Libertad

Él me perseguía. Pensé que lo había dejado atrás, pero su padre lo ayudó a encontrarme; y puso todo su empeño en no perderme de vista. Meterme entre la multitud no dio resultados. Siempre veía su mirada al voltear. Esos ojos negros, profundos y atentos a cada detalle y a cada uno de mis movimientos. Está obsesionado conmigo. No me deja en paz. Me abraza, me besa, me muerde… ¡Tengo que irme! ¡Tengo que alejarlo de mí! Pero… Pero ya no sé dónde ir.
Si él no tuviera ayuda, o si yo la tuviera, hace tiempo que me habría librado de él. Pero todos y cada uno de ellos están decididos a frustrar mi escape. Incluso las leyes dicen que debo permanecer en esta situación de esclavitud, cuando el hecho de que haya terminado con él fue sólo coincidencia. Un accidente podría decirse. Yo no quería, pero un traidor me mintió. Engañada por la persona en quien más confiaba.
Ahora intento huir de nuevo; pero él siempre está cerca, esperando que yo dé todo mi tiempo y energías para su provecho y disfrute. No quiero hacerlo más. Se lo dije a esa basura que me engañó y me entregó a mi apropiador. No me escucha, o cree que no hablo en serio.
Todos se llevarán una sorpresa cuando me independice y abandone a ese bebé y a su padre para siempre.
Fin

Victor Gabriel Pardo

Derechos Reservados


Y finalmente uno de la sección CUENTOS DEL CAZADOR Y LA DIOSA:

Casa Infestada

¡No se imaginan la plaga que hay en casa! ¡Y no estoy hablando de unas termitas de morondanga que te comen las maderas del techo! ¡Esto me apestó toda la casa! ¡Todos los animales se me contagiaron! ¡Varios se me murieron!
Primero fueron los dinosaurios, los dragones, los mamuts y las aves gigantes. Luego los unicornios, los duendes, las hadas… Después los tilacinos, las tortugas gigantes y varias especies de peces. Hoy en día siguen desapareciendo especies, y todo por culpa de esos bichos asquerosos.
En realidad, fue culpa mía. Los creé sin querer, de casualidad. Algo así como cuando crecen hongos en una superficie húmeda.
Desde hace tiempo que me quiero deshacer de ellos; pero, por alguna razón, siguen proliferando. La verdad que no lo entiendo. No tienen garras, no tienen colmillos (nó al menos unos colmillos que uno diga “¡Puf, qué colmillos!”), y tampoco tienen pelo para soportar el frío del invierno. El único que sí estaba más o menos adaptado era el nendertalense aquél, ¡pero hace rato que se murió!
Me les aparecí varias veces, les hablé para pedirles que se dejen de joder; pero no entendieron. Hicieron cagada e intenté congelando la tierra, ¡y volvieron a crecer en cuanto descongelé un poco! Hicieron más cagada, y tuve que baldear. ¡Provoqué una inundación de la puta madre! ¡¿Qué hicieron estos?! Dijeron “¡Sï, entendimos, tenemos fe, bla, bla, bla!” ¡Y miren cómo me dejaron la casa! ¡Un desastre! ¡Lo único que se me ocurre es llamar al exterminador, a ver qué pasa!
Fin

Victor Gabriel Pardo

Derechos Reservados


martes, 13 de septiembre de 2016

¡¡¡CUENTOS FRESCOS PARA TODOS!!!

¡QUE LOS DISFRUTEN!



El primero, de la sección CUENTOS CLÁSICOS ARGENTINIZADOS:

Blancanieves Y Los Siete Degeneraditos

Érase una vez una reina que estaba sola desde que al rey le dio un bobaso y terminó estirando la pata. Era una reina muy hermosa que todos los días se levantaba y le hablaba al espejo. Las sirvientas que la peinaban se decían a sí mismas "¡Esta mina está senil!" Pero éste no era un espejo convencional; sinó un espejo parlante que, lejos de asustarla, la halagaba todo el tiempo (“¡Eres la mujer más hermosa del reino! ¡Que linda que estás! ¡No sabés cómo te caigo, mamita!”, y cosas como esas), haciéndola sentir muy bien consigo misma. Como toda mujer, a la reina le encantaba que la halaguen. Pero, al ver a las pibas del barrio que también estaban fuertes y además eran más jóvenes, se ponía como loca. Se compró cremas, se hizo cirugías, hacía gimnasia; y hasta aprendió a hacer hechizos para que a las otras mujeres les salgan verrugas. En fin, todo lo que las mujeres hacen para estar lindas. Desde ya que todos los nobles de la zona le querían caer; pero era tan arisca que no se bancaba que le vinieran a arrastrar el ala. Algunos de ellos decían que le había venido la menopausia.
Lo cierto es que ella había empezado a tener una relación muy personal con el espejo mágico, el cual, no teniendo cuerpo, le propuso a la reina tener una relación abierta; cosa que ella aceptó con agrado ya que ella, después todo, tenía sus necesidades… Bastante degeneradito resultó el espejo al que, como a todo espejo, le gustaba mirar. Se babeaba todo cuando ella se veía con uno de sus amantes en la alcoba real. Y, como era mirón, se hacía unas escapadas para espiar a las mujeres jóvenes de los alrededores. Sabedora de esto, la monarca le preguntaba al espejo quién era la mujer más linda; como para demostrarle que estaba sabiendo que miraba a otras mujeres. El espejo sentía que se le hacía un nudo en la garganta, pero se calmaba cuando recordaba que los espejos no tienen garganta y que, además, a la reina la calmaba con unas palabras lindas. “¡Vós sos la más hermosa! ¡¿Quién va a ser?!” respondía nervioso. Tenía miedo de que, si decía otra cosa, lo tiraban al suelo y se cagaba muriendo como el difunto rey.
Aconteció un día, en una de esas salidas transitorias dedicadas a mirar culos, que el espejito se puso medio en pedo y habló de más. Al llegar al castillo, chocándose con muebles y paredes, se cruzó con la hermosa reina, quien le hizo la pregunta de siempre; y, en un inesperado sincericidio, él dijo “¡Y…! ¡La blancanieves! ¡No sabés lo fuerte que está esa minita!” La reina quería saber la dirección de Blancanieves, pero el espejo estaba tan en curda que cayó dormido en uno de los sillones que la reina tenía en su aposento.
No lo rompieron porque era el favorito de la corte real; pero la monarca se sacó, y mandó a su mejor cazador a buscar a aquélla joven que tenía la desgracia de ser aún más linda que ella, y traerle su corazón. Y, como era quien gobernaba el país, ella se decía a sí misma “¡Total… ¿Quién me va a meter presa a mí?!”
Como era el mejor en su oficio, que le había enseñado bien a su hija Ricitos, el cazador recorrió la zona rastreando a su presa, siempre con el cuchillo a la mano… hasta que la encontró: Una chica de pelo negro ondulado y brillante, que sacaba agua de un pozo para llevar a su casa. Él se fue acercando lentamente cuchillo en mano; pero quedó estupefacto cuando ella se dio vuelta y mostró su rostro blanco como la leche, sus ojos negros tan profundos que podían hechizarlo a uno con la mirada, sus labios rojos dignos de una pintura de Monet… ¡Y un cuerpo de la puta madre…!
“¡Qué la voy a matar!”- se dijo él para sus adentros- “¡Se va todo al carajo! ¡Yo a esta piba me la como!”, y bajó su arma, cuya visión hizo que ella se cagara en las patas, dejando caer el balde de agua al suelo. Lamentando haberla asustado, y queriendo galantear un poco por si tenía oportunidad de ya saben qué, el hombre guardó su cuchillo y confesó cuál era su funesta misión; por lo que ella casi sale corriendo. Pero se tranquilizó cuando él le prometió que no la lastimaría, promesa que hizo después de que ella le prometiera asimismo hacer ciertas cosas por él si, en vez de su corazón, le llevaba a la reina el corazón de un venado. Por suerte para ella (¡Y para él!), pasaba por allí casualmente la mamá de Bambi.
Satisfecha la reina con el corazón de venado, que creyó era el de Blancanieves, corrió a preguntarle al espejo “¡¿Y ahora, quién es la más linda de todas?!”; pero se decepcionó terriblemente cuando éste respondió “¡Ya te dije que Blancanieves! ¡¿Estás sorda o qué?!”
La reina, consternada con la respuesta, lo increpó.
_¡¿Así que un cadáver te parece más lindo que yo, espejo de mierda?! ¡¿No te das cuenta de que sós un degenerado?!- gritó la reina.
_¡Eeeee! ¡¿Qué te paaasa, loca?!- dijo él - ¡¿No te das cuenta que te chamuyaron?! ¡La Blancanieves se las tomó!_
Para cuando ella volvió para dar la orden de ejecutar al cazador, éste también se las había tomado. La reina podría haber enviado al ejército a buscarla, pero pensó “¡Éstos soldados seguro que se dejan seducir por esa atorranta que andá a saber qué le hizo al cazador!” Por lo que decidió ir ella misma disfrazada para que no la reconozcan. Estuvo un buen tiempo buscando por todo el bosque hasta encontrar a Blancanieves. Le hubiera preguntado al espejito, pero éste estaba internado en una clínica de rehabilitación. Se puso harina en el pelo para que parecieran canas, se pegó algunos mocos en los brazos y la nariz para que parecieran verrugas, y se puso la ropa que le afanó a una de sus criadas. Cualquiera diría que, siendo experta en magia negra, bien se podría haber convertido en una viejita sin hacer todo aquello. Pero ella temía que, una vez se convirtiese en viejita, se olvidase para qué carajos lo había hecho y, peor aún, cómo desconvertirse de vieja chota en la hermosa reina de siempre.
Por aquél entonces, Blancanieves se había mudado con unos petizos que vivían en medio del bosque. Siete hermanos que vivían hacinados en una cabaña de madera. En realidad, fue como de casualidad. Ella estaba caminando cerca de un arroyo cuando vio una casa hecha de pino y con techo de paja. La pobre estaba cansadísima, así que entró a la cabaña (agachada, porque la puerta era como para perros) esperando poder dormir. Cuando vio las camas diminutas, supuso que todo el lugar era un cuarto para bebés. Juntó todas las camas y se tiró a descansar. ¡Estaba muerta del cansancio! No se despertó hasta las once de la mañana del siguiente día. ¡Se imaginarán la sorpresa que se llevaron los dueños de casa por la noche cuando vieron, desparramada sobre las siete camas, a una mujer que medía tres o cuatro veces lo que cada uno de ellos! ¡Pensaron que los dioses finalmente habían oído sus ruegos! ¡No saben lo difícil que era engancharse una mina en el pueblo cuando te confundían con un chico de cinco años! Encima no sabían cómo carajos iban a hacer para dormir con ésta ahí despatarrada. No era de caballeros despertar a una dama. Y, sin embargo, habiendo venido del trabajo, todos ellos tenían que descansar. La solución vino del más inteligente de ellos, Sabiondo, quien propuso que cada uno compartiese la cama con la parte de la chica que estaba allí reposando. Él, por ejemplo, tuvo que compartir su propia cama con el mullido traste de Blancanieves. ¡Más que sabiondo, era un vivo bárbaro! A Gruñón le tocó dormir junto al busto; y, por primera vez, dejó de ser tan gruñón. A Estornudo le tocó dormir con los pies de Blancanieves. ¡Por suerte! ¡No vaya a ser cosa de que estornude junto al oído de la joven y ésta se despierte! A Tímido le tocaron las manos, pero no le importaba; ya que era demasiado tímido como para estar con cualquier otra parte. Tontín se tuvo que quedar con la panza. Al principio se dijo a sí mismo que iba a dormir muy incómodo, ya que la respiración de ella hacía que la panza se hinchara y adelgazara todo el tiempo; hasta que vio el ombligo…
_¡Bueno…!- se dijo -¡Algo se puede hacer!
¡Era Tontín, nó Boludín! A Dormilón le tocó dormir con las piernas, cosa que Estornudo vio con enojo.
_¡¿Por qué no se queda él con los pies?! ¡Si igual se va a dormir!
A Feliz le tocó dormir junto a la cara de Blancanieves, cosa que le impresionó mucho. ¡Imagináte, dormir con una jeta gigante a tu lado! Pero luego vio que la chica dormía con la boca abierta… Y esa noche, Feliz durmió más feliz que nunca.
Para mal, cuando se despertaron de madrugada para ir a trabajar, estaban todos tan mal dormidos que  no estaban como para hachar árboles; así que se fueron a tomar mate tomando el fresco. Cuando ella se despertó estaba completamente desnuda, su ropa estaba hecha jirones en el suelo y lo único que recordaba era que soñó con que la atacaba una manada de ositos de peluche. Salió a darse una ducha en el arroyo, y vio en el patio a los siete degenerados que, pudo deducir, eran los responsables de que debiera limpiarse en partes donde no siempre se limpiaba, y de que debiera hacerse una prueba de embarazo.
Primero pensó en hacerles la denuncia, pero después recordó que la estaban buscando; así que se contentó con pasar por la farmacia y tomarse la pastilla del día después. Como nos enseña el cuento clásico, Blancanieves se quedó a vivir con estos siete chabones. Lo que no nos cuentan era que ella insistió en saber qué cosa le había hecho cada uno de ellos; y, como no querían contarle, ella dijo “¡Bueno! ¡Pero al menos muéstrenme!” Y así sellaron la unión. Claro que era una relación abierta, ya que algunos de los enanitos eran bisexuales. ¡Vivían solos en medio del bosque y las minas del pueblo no les pasaban ni cabida! ¡Algo entre ellos tenían que hacer!
Uno de esos días, mientras los enanos (o “personas pequeñas”, según la gente quisquillosa) estaban trabajando, la reina, cansada de andar por el bosque, fue a caerles a la casa que ahora aquéllos compartían con la que, según el espejito mágico, estaba como para partirla como un queso. Y, como parte del bosque estaba llena de manzanos, la mina se llevó unas cuantas manzanas para ir comiendo en el camino. Cuando Blancanieves abrió la puerta, la reina estaba tan cansada que ya ni le importaba si la piba era más linda, si estaba viva, si se había escapado… Lo único que quería era descansar. Incluso había decidido reemplazar la manzana envenenada por una sana. Uno creería que una bruja medio chapita capaz de mandar a descuartizar a una muchacha no suele cambiar así como así. Pero caminar sola por el bosque le dio tiempo para pensar que, cuando llegue a anciana, y su magia no sea la misma, a menos que cambie nadie la va a querer cuidar. El problema fue que, al ver a la reina disfrazada y confundirla con una anciana cualquiera como las que andan mangueando en el tren, Blancanieves decidió cerrarle la puerta en la cara; aunque se detuvo en cuanto aquélla dijo que le traía un regalo. Ofendida como estaba ahora y olvidando sus recientes consideraciones, la reina tomó la manzana envenenada y se la dio. Como la chica estaba tan acostumbrada a que la gente le regale cosas, por culpa de todos los tipos que la querían conquistar, tomó la manzana y cerró de un portazo.
_Pendeja de mierda- dijo en voz baja la mujer mientras volvía poco a poco a su palacio.
Como todos sabemos, Blancanieves cae bajo el hechizo que, por alguna razón que nadie pudo explicar jamás, un simple beso en los labios podría romper. Digamos que la reina no era una de las mejores brujas que había. Los enanos estaban todos mariconeando alrededor del cuerpo de la chica que, tras el velorio, sería llevado al cementerio de la Chacarita. Y, en medio de tanto llanto, un joven que pasaba por ahí y que respondía al nombre de Azul, se detuvo ante la bella imagen de Blancanieves. Aparte de sus siete amantes, la muchacha estaba rodeada de animales, guardaparques e incluso algunas amigas, todos los que alguna vez habían asistido a las fiestas swingers organizadas en casa de los enanos; por lo que no se sorprendieron al ver llegar al desconocido, quien resultó ser un príncipe en busca de asilo y que había sido expulsado por su padre de su propio reino. Mientras todos rompían en llanto una y otro vez, nadie se preocupó cuando el muchacho besó en la boca el que creyó era el cadáver de la bella joven. Era medio necrófilo ahora que lo pienso. Y, rompiéndose el hechizo, Blancanieves despertó. Todos saltaron de alegría, y lo abrazaban al joven en agradecimiento por haberla revivido.
Como sabían quién era la bruja, y teniendo miedo de que volviera a intentar matar a la novia de todos ellos, los enanitos decidieron que debían hacer algo. Esa misma noche, hachas en mano, se metieron en el castillo mientras todos, espejito y guardias incluidos, dormían; y se encargaron de que la reina fuera a hacerle hechizos a San Pedro.
Colorín colorado, a la reina descuartizaron. Por su parte, Blancanieves asumió el trono en lo que los diarios locales definieron como un golpe de estado. La policía y las fuerzas armadas pensaron arrestarla, pero ningún jefe de policía o general se resistía a los encantos de la joven. Además, ellos sabían que, de ser arrestada, ella le contaría a la prensa de las fiestas a las que ellos mismos habían asistido en medio del bosque. Los enanitos se encargaron de formar su guardia personal, y ahuyentaban a todo aquél que osara pretender la mano de la nueva reina.
En cuanto a Azul, al saber que la chica no estaba en realidad muerta, dijo “¡¿Qué?! ¡¿Está viva?! ¡Qué asco!” Y se fue en busca de nuevos rumbos. Algunos dicen haberlo visto rondando el castillo de la chica ésa del sueño pesado, la Bella Durmiente. Pero dejaremos esa historia para otra ocasión.
Fin
Victor Gabriel Pardo 
Derechos Reservados



De la sección CUENTOS, LINDOS, RAROS Y ESPANTOSOS:


En Tus Últimos Momentos Quiero Decirte

Nadabas en el lago, mientras los rayos del sol se reflejaban en el agua. Te movías libremente. Demasiado libremente para mi gusto. Se me hacía difícil seguir tus movimientos con la vista. “¡Qué hermosa! ¡Ojalá la tuviera!” me dije a mí mismo. “¡Todos me envidiarían y querrían tener una como vós!” Decidí sacarte y hacerte mi propiedad. Sabía que al final esto no terminaría bien para vós; pero también sabía cuánto te disfrutaría. No pude resistirlo. El impuso pudo más, e hice mi mayor esfuerzo para tenerte; y lo logré. Al principio ni te inmutaste. No me dabas bola. Pero yo soy muy perseverante; y vós, después de todo, aunque más linda por fuera que muchas otras, por dentro sós igual que todas las demás. Y así caíste, como todas aquéllas a las que he atrapado antes. Una vez que te tuve, te subí al vehículo y partí para mi casa. ¡No te iba a dejar ir ahora que te tenía! Te moviste bastante mientras conducía, e incluso un par de oficiales te vieron ahí en el asiento del acompañante, encerrada y sin poder decir palabra; pero no hicieron más que alegrarse ante tal visión. Incluso uno de ellos te sacó una foto para mostrar a sus amigos. ¡Resultaron ser de los míos, ¿podés creer?! Les recomendé el sitio donde te encontré. Me dirigías una mirada desesperada, mientras te sacudías intentando salir del vehículo. Veías el lago a través de la ventanilla. Y luego la ruta te mostraba, a través del parabrisas, el camino por el cual jamás habrías de volver. Tantas veces te habías divertido allí que no creías que algo te podía pasar, aunque fuera tan tarde. Pero yo ya te había visto la vez anterior que visité ese sitio. Al llegar a casa, estabas desesperada. Mi mujer te miró asombrada, ya que nunca le había llevado una tan buena como vós. Se relamía mientras te llevaba a la bañera. Debo pedirte perdón por esto último. Es que no entrás en otro lado, y en cuanto te saque de la bolsa, va a salir el agua. Pero seguro que esto es lo que menos te molesta. Sé que estás aterrada ante esta cuchilla de treinta centímetros que estoy afilando frente a vós. Tenés razón de estarlo. De hecho, estoy a punto de clavártela justo en la apertura de tus partes privadas, para luego abrirte hasta el cuello y cortarte la cabeza. Después te quitaré las tripas, los pulmones, el corazón, y todo lo que sobra. ¡No, no no! ¡No te muevas tanto! ¡No intentes salir! ¡No voy a apuñalarte ahora! Esperaré a que el agua se termine de escurrir de la bañera, te ahogues y mueras. Después haré todo lo demás. Así que, vós… tranquila. Por cierto, a mi mujer también le parecés una trucha muy linda.

Fin

Victor Gabriel Pardo

Derechos Reservados



Y finalmente, de la sección CUENTOS DEL CAZADOR Y LA DIOSA:

Fatalidad Divina

Y el Pastor dijo “Le paso la palabra al Señor Febo”. Y éste, entre llantos y lágrimas, dijo unas palabras por la difunta:
_ Yo, al igual que ustedes, todavía no lo puedo creer del todo. ¿Cómo pudo ser posible? Ella tenía tanto para dar… tanto amor por su familia, sus amigos, sus hijos… por todos sus hijos… ¡No lo puedo entender! ¡Esto se podría haber evitado! ¡Ella misma sabía de ante mano lo que le pasaba! Pero no hizo nada… nada… ¡Y yo tampoco lo pude hacer! De haberlo intentado… De haberlo intentado, la habría lastimado a ella también. ¡Y no podía hacerlo! ¡Era ella la que debía tomar la decisión! Y no pudo… no pudo… Es que los amaba tanto, tanto que… ¡No tuvo la sangre fría para sacarse esa peste que se le extendía más y más! Y todo por amor. ¡No se puede tener tanto amor por alguien que te lastima tanto, que te insulta, que te olvida…! ¡Y ahora ella murió! ¡Y, si ella murió, significa que todos nosotros podemos morir también!”
Ares (o Marte, como algunos le decían) que ayudaba a Apolo a sostenerse mientras se dirigían juntos hacia la puerta, sintió culpa por haber incitado tanto a los hombres a palear entre ellos. Pero él tampoco pudo evitarlo. Así como estaba en la naturaleza de su madre brindar todo lo suyo generosamente, estaba en la naturaleza de él promover la guerra. Pensándolo bien, no era un muy buen hijo que digamos.
Los llantos desconsolados de Febo Apolo por la más divina de las olímpicas conmovieron a todos los presentes. Pero lo que más los shockeó fue la última oración: “…si ella murió, significa que todos nosotros podemos morir también…” Ni siquiera Zeus pudo evitar sentir escalofrío.

Fin

Victor Gabriel Pardo

Derechos Reservados

martes, 6 de septiembre de 2016

Esta semana les dejo un cuento largo y dos cortos. ¡¡¡Que los disfruten!!!

El primero, perteneciente a la sección CUENTOS CLÁSICOS ARGENTINIZADOS:

Alicia En El País De Las Pastillitas

Cuentan que Alicia, una risueña niña que descansaba junto a su hermana en una ribera, estaba medio dormida cuando vio un conejo blanco con chaleco y un reloj de bolsillo; y, por lo curioso de la situación, comenzó a perseguirlo. Al meterse en la madriguera del conejo, cayó en un mundo extraño donde los animales hablaban, las cartas estaban vivas y las reinas cortaban cabezas; y una vieja oruga, según dicen, le dio a comer unos hongos que la hacían grande y otros que la hacían pequeña.
Primero que nada, si partimos del hecho de que a la pibita se le apareció un conejo blanco con un chaleco y un reloj de bolsillo, ya tenemos la pauta de que la protagonista no estaba del todo bien de la cabeza. Encima, si lo empezó a correr, es porque el hambre no la tenía a bien traer. Eso o alguna familia de plata andaba encaprichando a su mascota, como esa gente que le pone capas de lluvia y sombrero a los perros.
Segundo, al caer por la madriguera se pegó un golpe de la puta madre en la cabeza que la dejó bastante mareada. Empezó a caminar por el bosque tambaleándose y golpeándose repetidas veces con los árboles.
Luego, según la historia clásica, se cruzó con un sombrerero loco, un lirón adormecido y una liebre de marzo, que tomaban el té sentados frente a una gran mesa llena de tazas, panes, mantequillas y teteras… ¡Era una re joda que organizaron en lo del sombrerero! El chabón estaba loco por tomar tanto “té”, una especie de caipiriña que tenía ingredientes especiales que lo ponían a uno medio histérico; como ésos ingredientes que le mandan a los tragos en ciertas fiestas electrónicas… El lirón estaba medio dormido porque la “mantequilla” que le ponían al pan tenía también ingredientes especiales, pero de los que te provocan el efecto contrario a los del “té”. Y la liebre de marzo era de marzo porque abril aún no llegaba. Con la cabeza aun dándole vueltas, la pobre niña se sentó a la mesa a tomar el “té” y comer un pan con “mantequilla”… Para mal, conoció a un viejo al que le decían “La Oruga” porque andaba diciendo que, en cuanto tuviera la plata que le pedían para la operación, se iba a “transformar como mariposa”; y quien, ante el hambre que decía tener la niña, ya que un té especial te puede levantar el ánimo pero no te llena en estómago, le convidó unos hongos mágicos que unas veces la hacían crecer y otras veces la empequeñecían… ¡Bah…! ¡Ella era la que se agrandaba unas veces, y se achicaba otras! ¡Las otras pibas no entendían nada! ¡Alicia se hacía la mala, y cuando la iban a cagar a palos se cagaba toda!
No es de sorprender que, al salir de la joda en casa del sombrerero, Alicia se vio en medio de un enfrentamiento entre, por un lado, la policía, gendarmería y prefectura; y, por el otro, la barrabrava del Club Atlético Independiente que salía de perder con Racing. Nuestra protagonista los confundió a todos con una baraja de naipes. ¡Los negros querían romper todo! Y Alicia estaba tan afectada por el golpe, el “té”, la “mantequilla” y los hongos, que también  terminó tirándole piedrazos a los milicos.
La reina de corazones se trataba de la novia del jefe de la barrabrava; quien era, casualmente, la mayor transa de la zona. Por eso, cuando ella gritaba “¡Que le corten la cabeza!”, era porque alguno de los clientes les había quedado debiendo y no quería pagar; o porque alguna mina le estaba haciendo la competencia y se quería levantar a su novio.
Al final, Alicia terminó internada en un centro de rehabilitación; ya que los hongos mágicos estaban espolvoreados con “azúcar mágica”.
Fin

Victor Gabriel Pardo

Derechos Reservados


Segundo de esta semana, y de la sección CUENTOS LINDOS, RAROS Y ESPANTOSOS:

¡Cuántas Cosas Fuiste!

Eras el objeto de mi amor, la balanza con que mi corazón sopesaba todas las cosas, la medida de mis locuras, la razón de mi paciencia infinita y la recarga de energía que tantas veces aparecía en el momento justo en que yo agotaba mis reservas.
Eras la luz de todas mis mañanas, y la píldora para dormir por las noches; excepto, claro, cuando eras una película para adultos en 3D.
¡Con razón me acusabas de que te trataba como objeto!
FIN

Victor Gabriel Pardo

Derechos Reservados


Y finalmente, el tercero de esta semana y de la sección CUENTOS DEL CAZADOR Y NATURA:

La Vida Después Del Hombre

Un día, los hombres dejaron de adorar a los Dioses. Y, conscientes de su propio poder, se adoraron a sí mismos, vanagloriándose. Ofendidos, los Dioses desataron su furia; y el tiempo de los hombres terminó.
Hoy la vida florece nuevamente, y el ser humano es tan sólo un mal recuerdo. A veces, alguna especie aprende a fabricar armas y a dominar es fuego. Pero no pasan de allí; ya que, al ver que llegaron a ese punto de la evolución, algún olímpico baja  y se encarga de eliminarlos.
Es mejor prevenir que curar.
FIN

Victor Gabriel Pardo

Derechos Reservados