Les comparto en esta entrada el libro al cual está dedicado este blog, con cuentos que podrán leer por primera vez y compartir gratuitamente con todos sus amigos y amigas.
Esperando que lo disfruten, les recomiendo que no se lo pierdan.
¡¡¡Un abrazo a todos los lectores!!!
https://issuu.com/victorgabrielpardo/docs/mis_cuentos_atrevidos
Mis Cuentos Atrevidos
Cuentos Clásicos Argentinizados... Cuentos Lindos, Raros y Espantosos... Y Cuentos Del Cazador Y La Diosa... ¡¡¡Los mejores cuentos de Victor Gabriel Pardo!!!
jueves, 30 de marzo de 2017
jueves, 6 de octubre de 2016
¡¡¡A UNA SEMANA DE QUE SALGA “MIS CUENTOS ATREVIDOS”, LIBRO DIGITAL DE VICTOR GABRIEL PARDO!!!
PUEDEN CONSEGUIRLO POR UN BAJÍSIMO PRECIO EN SMASHWORD EN EL SIGUIENTE LINK:
De la sección CUENTOS CLÁSICOS ARGENTINIZADOS:
Cuento: Cenicienta Dada Vuelta
Había una vez una imponente casa de campo ubicada en algún lugar del sur, donde vivían una cincuentona viuda con aires de clase media, dos hijas tan fieras que, a no ser por el estatus social de su familia, nadie las quisiera tener cerca, y una hijastra a la que tenían de sirvienta, aunque era la verdadera heredera de los bienes de su difunto padre. Uno de esos chanchullos que se suelen hacer con la ayuda de abogados. La pobre Cenicienta, acostumbrada a que la traten como esclava, soñaba, como toda mujer que no puede vivir sin las telenovelas, que algún día un príncipe vendría a casarse con ella y la llevaría a vivir a su castillo. Aunque, con tal de tomártelas de ahí, la piba se hubiera conformado con un monoambiente en la Chacarita.
Un buen día se supo que “el Rey”, como le gustaba que le llamaran al gobernador de Santa Cruz, anunció a todas las familias del reino que tuvieran muchachas solteras que estaban invitadas a un baile real en el castillo, como le decían a la casa de la gobernación. La razón del festejo era presentar al hijo del rey en sociedad y, de entre las muchachas que asistieran, el rey esperaba que el príncipe eligiese a su futura esposa. Imagínense que el festejado no quería saber nada del casamiento. Se pasaba todo el día de joda y toda la noche de trolas, con pastilla azul y polvito mágico de por medio, claro está. Pero terminó aceptando la idea del matrimonio cuando se real progenitor (un rey con cierto problemita de ojo desviado) amenazó con quitar su nombre de los hoteles que les dejaría en herencia a él y a su hermana la princesa.
La vieja y las hijas estaban como locas: se mandaron a hacer vestidos con cortinas y sábanas, sacaron aros y collares con incrustaciones de piedras preciosas usando una tarjeta de crédito que no podían pagar, y hasta visitaron un gimnasio que, al fin y al cabo, no produjo cambio alguno en la hermanastra gorda. Cenicienta, en cambio, estaba bien en forma; la pobre no tenía una sola prenda buena. Y ustedes saben cómo son las fiestas de la gente de plata: si no tenés algo de (por lo menos) Cristian Pior, no te dejan entrar. Sabiendo esto, y para hacerse la buena, la madrastra de Cenicienta dijo que, si limpiaba la casa a tiempo, incluyendo el sótano, podía ir al baile. La piba estuvo fregando todo como una desesperada, cuestión de no perderse la joda; aunque todavía no sabía qué iba a usar. Se le había ocurrido afanarle algún vestido a la hermanastra anoréxica, aunque de seguro le quedaría apretado; ya que Cenicienta tenía buenas dotes femeninas y la otra era un palo vestido.
En el cuento clásico, un hada madrina visitó a Cenicienta, convirtió en caballos a dos ratones, en chofer a una lagartija, hizo un auto con una calabaza y, tras vestir como princesa a la joven, la envió al castillo. Lo que pasó en realidad fue que una banda de maleantes, dirigida por una conocida criminal de nombre Hada, se metió en la casa justo en el momento en que Cenicienta terminaba de limpiar el sótano usando unos desinfectantes que, por la poca ventilación, le dieron alucinaciones. Los maleantes pensaron en hacerle un secuestro exprés, así que los Hermanos Rata y El Lagarto, peligrosos criminales con frondosos prontuarios en su haber a quienes un juez irresponsable excarceló, se llevaron a la piba a pasear en la “calabaza”, una camionetita desvencijada que apenas andaba (más que calabaza, era una batata), mientras Hada, que resultó ser madrina del Lagarto, revisaba la casa y trataba de llamar a la madrastra de la secuestrada. Por suerte para ésta, las cosas andaban tan mal que, para poder pagar los peinados, la vieja tuvo que vender el celular. Luego de darse cuenta de que allí no sacarían nada, los maleantes decidieron soltar a Cenicienta en el centro, justo en frente del castillo.
El “Hada Madrina” había dicho que tenía hasta la medianoche, o eso se imaginó por los químicos que aspiró. Lo que dijo Hada fue “¡Más te vale que tu familia pague antes de la medianoche!”
Para las diez de la noche, el príncipe había bailado con todas las solteras y manoseado a casi todas las pretendientes, la mitad de las cuales lo denunciaron en la comisaría de la mujer. Y mientras vomitaba cerca de la puerta, el príncipe Maximilian, hijo del rey Nestórida y de la reina Cristinilda, vio entrar a Cenicienta, la mujer más hermosa que hubiera visto jamás. Amor a primera vista… o tal vez calentura. Lo importante es que bailaron (y apretaron) por horas. El tiempo parecía no pasar… ya que el reloj del salón se había roto. Pero ella se dio cuenta de que se acercaba la medianoche porque el vestido se le estaba convirtiendo en harapos. Le quedaba apretado y el príncipe se lo intentaba arrancar ahí mismo. Soltando al hijo del rey, ella corrió hacia afuera y se perdió en la noche. Lo único que quedó de ella, además de las ganas con las que se quedó el príncipe, fue una botella rota de vodka que, por la ingesta de etílicos, él confundió con un zapatito de cristal, el que decidió usar para encontrar a su amada. Como la mayoría de las mujeres se negaba a calzarse semejante “zapato” y el resto terminaba con heridas en las plantas y los tobillos, Maximilian creyó que jamás hallaría a Cenicienta; hasta que vio esos pies únicos, deformados por el constante trabajo doméstico, justo antes de irse de la casa de campo y tras haber lastimado los pies de las hermanastras, que calzaban 45 cada una pero se obstinaban en que el “zapatito” les entraría.
Luego de casarse, los novios se mudaron a uno de los hoteles de la familia real, que total está vacío todo el año. Dicen los rumores que él es adicto al cristal (y no el cristal de los zapatitos precisamente), y que ella gastó enormes cantidades de dinero del estado en verdaderos zapatitos de cristal, para no quedar como una boluda cuando cuente a las amigas cómo conoció al marido.
Colorín colorado, en pedo se casaron.
Fin
Victor Gabriel Pardo
Derechos Reservados
De la sección CUENTOS LINDOS, RAROS Y ESPANTOSOS:
Cuento: ¿Quién No Sueña Con Volar?
Siento a mi alrededor, dondequiera que vaya, como si una sábana me envolviera. Como si la energía del mundo me bañase. Como si mis pies se enraizasen en la tierra, y el agua fruyese en mí como la lluvia y el río. Y mis brazos se han convertido en alas, mis piernas en garras y mi pelo en plumaje. Mis ojos están cerrados al contemplar todo esto; pero los abro de repente al oír la voz de mi nietita que grita “¡Mamá! ¡En abuelo está sonámbulo de nuevo!” y veo a los vecinos que se ríen y a mi nuera que me agarra del brazo y me lleva hacia la casa mientras dice “¡Otra vez, abuelo! ¡¿Qué hace acá afuera en calzoncillos?! ¡Ahora me va a embarrar todo! ¡Y mire la sábana…!” y quién sabe qué más.
Cualquiera de estos días termino en un geriátrico.
Fin
Victor Gabriel Pardo
Derechos Reservados
De la sección CUENTOS DEL CAZADOR Y LA DIOSA:
Cuento: En Mis Tiempos
Hacía frío. Sé que hacía frío, aunque yo tenía calor. Y tenía calor siempre y cuando me quedase allí en mi espacio. Ese espacio era tan tranquilo que todavía, cuando evoco esos tiempos en que nada ni nadie me perturbaba, aún siento mi cuerpo en esa suavidad, solitario y sólo visitado por los rayos del sol que, en su viaje cósmico, me iluminaba al pasar. Miré hacia abajo, y en medio de mi ciudad había problemas: unos cuántos mortales chocaban sus escudos, y me da gracia pensar que alguna vez se les ocurrió desafiar a los dioses. Tuve qye bajar a la tierra e imponer orden. Castigué a algunos pueblos, premié a otros que habían obtenido grandes victorias en el campo de batalla, recorrí el mundo inspeccionando cómo estaba todo… Lo normal. Hasta que vi, a lo lejos en el mar, algo que se acercaba. Era el kraken, al que los otros dioses se atrevieron a liberar para destruirme. Sin embargo, le di batalla. Una pelea colosal podría decirse, en la que parte de la ciudad fue destruida. Y, cuando finalmente estaba por matar a la bestia, el úñtimo de los titanes que aún vivía, escucho esa voz estridente que repite una y otra vez “¡Está la comida! ¡Levantáte! ¡Apagá ese videojuego y vení a comer!”
¡Y bueh…! Mejor voy o me castigan.
Fin
Victor Gabriel Pardo
Derechos Reservados
martes, 27 de septiembre de 2016
¡Felices lecturas para todos!
Empezamos como siempre, con la sección CUENTOS CLÁSICOS
ARGENTINIZADOS:
Gepeto
Tenía Un Secreto
Cuenta la historia que Gepeto, un carpintero muy
anciano de las afueras de Luján, soltero y sin hijos, en su soledad y necesidad
de Cariño, construyó un nene de madera como de diez años de edad para que le
hiciera compañía… ¡Hmmm! Podemos imaginarnos por qué era soltero y sin hijos.
Es de entender que los vecinos le tuvieran bastante desconfianza.
La cuestión es que, como siempre pasa en los
cuentos, un hada madrina que no tenía nada que hacer más que meterse en casa
ajena y espiar a la gente, escuchó cuando el viejo dijo entre llantos cuánto le
gustaría tener un hijo, a la vez que abrazaba al muñeco de madera. Enterneciéndose
de él, y sin oír para qué quería un hijo ni darse cuenta de que ese abrazo no
era sólo un abrazo (de hecho, si el muñeco ya hubiera sido un niño de verdad,
habría denunciado a su creador por tocamientos indebidos), el hada madrina
decidió darle vida a la creación de Gepeto, que ahora podía hablar y moverse
como cualquier niño real. ¡Se imaginarán el susto que se pegó el viejo cuando
vio que uno de sus juguetes se movía por propia voluntad! ¡Casi le da un
infarto! Lo primero que supuso fue que Pinocho, como había nombrado al muñeco, estaba
endemoniado; por lo que decidió llamar a un cura para que le bendijera la casa.
Curiosamente, el cura del pueblo era uno de sus mejores clientes; y le había encargado
media docena de muñecos de madera que, igual que Pinocho, parecieran niños de
diez años… Cuando el padre vio que Pinocho estaba vivo, lejos de asustarse, le
pidió a Gepeto que le hiciera media docena de ésos. El viejo le confesó que no
tenía idea de cómo es que cobró vida; así que, decepcionado y sin la menor intención
de hacerse el exorcista (ya que la noche anterior había visto esa película y
estaba cagado hasta las patas), el religioso se fue, no sin antes recomendarle
al carpintero la iglesia universal, donde aparentemente hacen exorcismos todos
los fines de semana. El problema es que en esas iglesias te manguean antes de
que puedas decir “perdóneme padre porque he pecado”. Y Gepeto, que no tenía un
sope, se fue a la cuarta vez que le acercaron la canastita de las ofrendas.
Luego de volver a casa y ver que Pinocho no estaba
poseído ni le quería hacer nada malo, decidió criarlo como a su hijo. Lo mandaba
a limpiar la pieza, a hacer los mandados al mercado chino, a lavarse las manos
antes de comer… Esto último no le gustaba a Pinocho, ya que el agua y la madera
no se llevan muy bien juntas.
De lo que pronto se dio cuenta Gepeto fue que a
Pinocho le crecía la nariz cuando mentía; por lo que decidió llevarlo al
prostíbulo local, donde siempre había gente dispuesta a perder algo de plata en
el truco. Se imaginarán que la idea era ponerlo en el equipo contrario. Al
final de cada mano, cuando el inocente niño de madera había hecho perder todo a
sus ocasionales compañeros de partida, éstos lo amenazaban con arrojarlo al
fuego para el asado; pero se salvaba porque siempre lo salían a defender las
prostitutas del lugar. Uno creería que a ellas les salía el instinto materno; pero
la realidad era que, según los rumores, la nariz no era lo único que le crecía
a Pinocho cuando mentía. Y, por si estos rumores no fuesen ciertos, ellas
conocían posiciones del Kamasutra para experimentar con esa nariz.
Como la cabeza de Pinocho era de madera, su mente no
era muy ágil que digamos. Y así es que, cada dos por tres, algún zorro le hacía
creer en el cuento del tío. Gepeto le había advertido que ese tío era un
estafador, pero él no le hacía caso.
En una rateada con amigos, Pinocho se fue tan lejos
que se perdió. El viejo lo buscó por todos lados, y casi termina en el Moyano
cuando un doctor de esa institución lo hoyó decir que andaba buscando a un nene
de madera de como diez años. Asimismo, casi termina en cana por estar contando
la misma historia cerca de la comisaría. Lo que sucedió fue que, haciendo dedo,
Pinocho logró que una pareja lo subiera a su auto y lo llevaran con ellos de
vacaciones al sur. Visitaron museos, vieron pingüinos e incluso hicieron
avistaje de ballenas. Quiso la mala suerte que el barco desde el cual admiraban
a los cetáceos se balancease justo cuando Pinocho se asomaba para sacar fotos,
y éste fue a parar a las fauces de una ballena franca austral que pasaba por
allí. A la pobre, que no hacía otra cosa que comer plancton, le dio una indigestión
de la puta madre; y fue a parar a la playa en busca de la ayuda de Greenpeace.
Pero la gente que allí se reunió a ver al gigante encallado, con la carne tan
cara como está, decidió hacer un asado comunal para toda la ciudad de Puerto Madryn.
Con la grasa hicieron aceite para las tortafritas, y donaron el esqueleto y las
barbas de la ballena al museo de ciencias naturales. Al terminar, sólo quedaban
un montón de tripas de ballenas con las que las gaviotas se hicieron un festín,
gracias al cual Pinocho se vio libre del estómago gigante.
Una vez en casa, el hada madrina convirtió al muñeco
en un niño real, reemplazando su cuerpito de dura madera por uno de carne y
hueso, cosa que entusiasmó al anciano Gepeto más que a Pinocho mismo. Esa misma
noche, luego de una visita nocturna de su padre, Pinocho se cuestionó si lo que
el hada madrina hizo por él era en verdad un favor. Y, como todo niño real,
finalmente pudo llorar y levantar una denuncia.
Colorín colorado, al pedófilo encerraron.
Fin
Victor Gabriel Pardo
Derechos Reservados
Ahora uno de la sección CUENTOS LINDOS, RAROS Y ESPANTOSOS:
Una
Flaca Como Esa
Primero la sacaron de su descanso. Después le
quitaron todo. Y, como si aquello fuera poco, la lavaron hasta que quedó
reluciente. Su exquisita blancura y la gracia de su figura la hacían más
deseable de lo que ellos se imaginaron que sería. Sabían que ésta valdría por
lo menos mil dólares. En cuanto estuvo en el lugar pactado para la venta, donde
un grupo de importantes hombres se reunían alrededor de la “mercancía”, las
ofertas comenzaron a llover. Su comprador pagó por ella más de cinco mil
dólares. La metió en el baúl de su auto y se preparó para partir. Podría
haberla llevado adelante, pero no quería tener que explicar de dónde la había
sacado. Hace mucho que buscaba una igual, y ahora la tenía, sólo para él.
Estaba que no se contenía de la felicidad. Se pasaba horas mirándola, tocándola,
acariciando cada centímetro de ella. Pero ella tenía algo que lo hacía sentir
incómodo: Era como si sus ojos aún estuvieran allí, mirándolo fijamente. Como
si aquello que solía ser piel tersa y carne trémula aún se estremeciese bajo el
rose de sus manos. Como si sus labios apareciesen de repente y, rojos como habían
sabido ser, quisiesen besarlo. Atrapado por la visión, él la abrazó como antaño
hizo tantas veces, y la besó apasionadamente sin sentir el paso del tiempo. Por
esta misma razón, y porque tenía los ojos cerrados, no vio que sus alumnos de anatomía
entraban en el salón de clases. Nadie se atrevió a decir nada. Estaban
espantados.
A él no le importaba lo que la gente pensase. La amó
antes y la amaba ahora aún más. Nada de lo que la gente opinase al respecto
importaba. Para su desgracia, las autoridades de la universidad pensaban
diferente, y veían muy mal que uno de sus profesores tuviese apetitos sexuales
tan espantosos.
Él abrió los ojos justo a tiempo para ver cómo un
oficial de policía le arrebataba de un tirón el esqueleto que sostenía entre
sus brazos; y a los enfermeros que, con una camisa de fuerza abierta, se le
acercaban lentamente.
Fin
Victor Gabriel Pardo
Derechos Reservados
Y, para terminar, la sección CUENTOS DEL CAZADOR Y LA DIOSA:
Divinas
Discusiones
Hubo una vez una discusión entre los dioses. Estaban
enojados, se empujaban los unos a otros, y se estaban por agarrar a las
trompadas. Zeus (o Thor, como le apodaban los amigos), lanzaba rayos por
doquier; Quetzalcóatl (la serpiente emplumada, como le decían por el disfraz
que usó durante el último carnaval) andaba amenazando con el hacha de piedra a
todo el mundo; y Jehová se hacía el misterioso diciendo que todo pasa porque él
lo permite, pero nadie le daba bola porque estaba de vacaciones permanentes
tras haber trabajado seis días de mierda.
Ellos y otras divinidades se disputaban haber creado
a los hombres. Y, como cada uno tenía una versión de los hechos, hubo varios
reclamos por derechos de autor que terminaron en juicio. La corte era precedida
por Palas Atenea, la diosa de la sabiduría, quien hizo atestiguar a la más
vieja de todos ellos: Pachamama, también llamada Hera entre los griegos (o “mamá”,
como le decía la jueza). El problema fue que la madre tierra estaba tan vieja
que la senilidad la hacía olvidarse las cosas. Entonces decidieron llamar como
testigos a aquéllos humanos que podrían dar algún dato que apoye o rechace
alguna de las versiones de quienes reclamaban la patente de la creación.
Primero llamaron al hombre más viejo del mundo,
suponiendo que por sus años sabría reconocer a cuál de ellos le debía su
existencia. Pero el hombre estaba igual de senil que Pacha, por lo que se
limitaba a mirar uno por uno a todos los dioses; hasta que de repente dijo “¿Dónde
está el muchacho que tenía todos esos brazos?” Los dioses se miraban entre sí
sin entender, hasta que Zeus se acordó.
_ “¡Ah, Vishnu! ¡¿Dónde estás, che?!” dijo el
olímpico mirando a todos lados.
Pero nadie respondió, ya que Vishnu era el único que
se había quedado trabajando ese día. Entonces llamaron a Darwin, quien se negó
a declarar ante esa corte, cuya autoridad y existencia no reconocía. Además,
sabía que, apenas abriese la boca, alguno de aquéllos lo cagaba a trompadas o
lo fulminaba con un rayo.
Jehová trajo como testigo suyo al papa Francisco,
esperando que el representante de la iglesia católica le diera un toque de
seriedad a sus reclamos; pero los demás dioses no pudieron contener la
carcajada cuando el sumo pontífice les dijo que Jehová era todopoderoso.
_“¡Ni siquiera pudo evitar que se coman una manzana!”
dijo entre risas la divina Atenea.
Entonces apareció Carlos, el dueño del boliche donde
semejante juicio tomaba lugar. Y les dijo “Bueno Muchachos. Ya vamos a Cerrar”.
_ “¡No, Don Carlos! ¡Un ratito más y terminamos!”
rogó el gran Zeus.
_ “¡No, no, no! ¡Vamos que hay que limpiar! ¡Saliendo
todo el mundo!” respondió el hombre.
Indignado por semejante trato, el padre de los
dioses pensó por un momento en castigar al bolichero; pero se contuvo, por si
el tipo se llagaba a enojar y no los dejaban entrar más. Al salir a la calle,
Pacha vio que la túnica de su hija tenía una mancha, y le dijo “Cuando
lleguemos a casa, poné el disfraz en remojo; que si queda manchado me cobran
multa”.
Fin
Victor Gabriel Pardo
Derechos Reservados
miércoles, 21 de septiembre de 2016
¡¡¡Feliz primavera para
todos!!! ¡Esta semana les mando un saludo en honor a Ostara, la diosa germánica
de la primavera!
¡Espero que hayan
disfrutado del día!
Empezando, como siempre,
por la sección CUENTOS CLÁSICOS ARGENTINIZADOS:
La Bella Se Comió A Bestia
En una tierra remota, en un barrio privado de las afueras de Río
Gallegos, vivía un viejo al que se le había muerto la mujer; y, además, estaba
forrado en guita. Tenía negocios en el exterior, así que los ahorros los tenía
en dólares. Uno creería que, a pesar de estar en la tercera edad, lleno de
plata y sin la jermu para que le rompa las que le cuelgan, su vida serían un
viva la pepa; pero no. Tenía tres hijas en edad de casarse; o sea… Él quería que se casasen para sacárselas de
encima y poder traer a las chicas de los fines de semana (y a las secretarias)
a la casa; así no tendría que gastar tanto en telos. Era medio amarrete el
viejo.
Como toda piba que nace en cuna de oro, las dos hermanas mayores,
unas grandotas boludas que pasaban de los treinta y que, a pesar de ser un
espanto, tenían la nariz más parada que obelisco, se pasaban todo el día de
shopping reventando las tarjetas visa y mastercard que el padre les había
extendido. La otra hija, en cambio, se quedaba en casa atendiendo cariñosamente
al padre. Obviamente, la hija menor, a la que todos llamaban Bella (aunque no se
sabía bien si era su nombre real o si le decían así porque, a diferencia de sus
hermanas, la piba estaba bastante bien por donde se la veía…), era la favorita
del anciano. De hecho, pasaba tanto tiempo con él que la gente empezó a decir
que el tipo se estaba comiendo a la hija. Él le quería regalar cosas, pero ella
le decía que no necesitaba nada. Bella había entrado en una onda new age, hacía
reiki, se hizo budista… Demasiado humilde en opinión de su padre, y tremenda
boluda en opinión de sus hermanas.
Un día como cualquier otro, mientras las hermanas feas gastaban a
más no poder las arcas familiares, los negocios sufrieron un revés a raíz del
cepo declarado por el gobierno y la entrada de capitales chinos. Las acciones
se fueron a la mierda. El viejo tuvo que cerrar un montón de oficinas, vender
la mitad de sus bienes, sacar préstamos… Estaba como loco. Encima, dos de las
“nenas” seguían gastando como siempre. Entonces, para calmar un poco la
depresión, se fue al bar más paqueta que pudo encontrar; y, olvidando que los
morlacos andaban escaseando, estuvo toda la noche invitando rondas de tragos.
Para cuando se fue del bar, tenía los bolsillos secos y la visión tan nublada
que no hubo señal de tránsito que respetara; y, cuando llegaba a casa, se llevó
puesta la garita del guardia de seguridad. Tuvo que vender el Ferrari para
pagar las multas que le pusieron.
Al principio, la única de sus hijas que entendía lo grave de la
situación era Bella; pero las otras dos se dieron cuenta cuando, por primera
vez en su vida, una cajera les dijo que sus tarjetas habían sido rechazadas. Y,
como ninguna de ellas estaba dispuesta ni preparada para trabajar, ni en pedo
se atrevían a sacar un crédito personal para sacar los dos Gálaxy que les
habían prometidos a sus respectivos amantes. En cuanto éstos se enteraron de lo
sucedido, sabiendo que los días de vividores se les habían terminado, se
volvieron a trabajar en el puerto y no las vieron más.
Al anciano jefe de familia sólo lo consolaba la hija menor; mientras
que las otras se desvivían buscando que algunos de los amigos ricos con los que
solían ir a los after-hours del centro se casoriaran con ellas. Por suerte, unos
cuantos meses después, una de las empresas en las que el viejo había invertido,
la inmobiliaria de su amigo Lázaro, amigo íntimo de cierta presidenta de todos
los argentinos, empezó a remontar vuelo de modo extraordinario. Como se
imaginarán, la bonanza volvió enseguida; tanta que el hombre tuvo que mandarse
a hacer unas cajas de seguridad en el sótano (algo que, aparentemente, se
estaba poniendo de moda en aquéllas tierras del sur).
Para aquél entonces, las hijas mayores, al ver la miseria que
pasaban, se habían casado de apuro con unos hermanos italianos (un par de
plomeros bigotudos que se pasaban todo el día pisando tortugas e intentando
rescatar a cierta princesa de las alcantarillas…). En cuanto se enteraron de la
buena fortuna de su padre, se divorciaron; y enseguida volvieron a pasearse por
las galerías más pitucas de la provincia, a comer caviar y a hacer todas esas
cosas que siete meses de pobreza les habían privado hacer. Bella, en cambio, lo
único que le pidió a su viejo fue que le trajera una rosa. El tipo le dijo
“¡¿Una rosa?! ¡Si querés, te compro un local de flores entero! ¡O te mando
sembrar todo un campo de rosales! ¡Pedíme algo más!” Pero ella le explicó que
era feliz sin más que eso. Las hermanas ya decían “¿A ésta no le pasará algo
malo?” Lo que pasa es que Bella, de tan al pedo que estaba al no tener que
trabajar para vivir, tomaban cursos de yoga, liberación emocional y magia. Y en
éste último le habían pedido una rosa para un supuesto hechizo de amor. Cosas
que la gente hace cuando la plata le sobra…
Sucedió luego de una reunión de negocios, y durante un corte de ruta
que llevaban adelante unos docentes a quienes el gobierno de Santa Cruz no les
depositaba los sueldos desde hacía medio año, que el empresario se vio en la
imposibilidad de avanzar; hasta que vio un camino rural que parecía ser una
buena opción para sortear el obstáculo. Mientras giraba el volante, justo antes
de alejarse de los manifestantes, grito “¡Vayan a dar clases, vagos de mierda!”
Tal vez fue el karma… Tal vez fueron las malas ondas… O tal vez el viejo
tenía una suerte de mierda. La cuestión es que el camino que tomó lo llevó
hasta un castillo que nunca en su vida había visto. O sea… un caserón de la
puta madre ante el cual su mansión parecía una casilla de la villa 31.
Según el cuento clásico, al entrar en el lugar, el hombre vio que
las puertas y las tazas se movían, que los televisores se prendían sólos cada
vez que Cristina daba un discurso… Eso sí: no tenía de qué quejarse. A la hora
de la cena lo esperaba una cena de bienvenida espectacular, le habían preparado
la mejor habitación en la que había estado con la cama más cómoda de todas
aquéllas en las que alguna vez había dormido. Decididamente, era un lugar de
cinco estrellas. ¡Pero los objetos se movían sólos…! O eso es lo que él creyó.
Lo que pasó en realidad es que el viejo, como toda la gente que tiene guita
para tirar para arriba, no se rebajaba a mirar (¡y menos saludar!) al portero,
ni a la recepcionista, ni al cadete que le llevó las valijas al cuarto, y mucho
menos a la moza que le trajo la comida… ¡Así cualquiera ve que las cosas se
mueven solas! ¡Encima, todas las demás habitaciones estaban vacías! El tipo
terminó creyendo que el sitio estaba embrujado; pero se dijo a sí mismo “Al
menos, si hay fantasmas, no son de los que gustan de asustar. Obviamente se
dieron cuenta de que soy un huésped de categoría”.
A la mañana siguiente, la radio que había en el cuarto se encendió
aparentemente “sin que nadie la tocara”, y el hombre se despertó justo para oír
en las noticias que el corte en la ruta había terminado luego de un operativo
policial; habiendo quedado tan sólo unas pancartas ensangrentadas al lado de la
ruta. Una hora después, tras bañarse y ponerse un traje nuevo que, él creía,
“algún encantamiento habría hecho aparecer”, y tras disfrutar de un exquisito
desayuno que “mágicamente” apareció en la mesita de luz, se estaba subiendo al
auto cuando, tras ver un rosal y acordarse del pedido de su hija, decidió
cortar una rosa y llevársela. Antes de poder volver al auto, una bestia peluda
como de dos metros veinte de alto se le paró enfrente y lo llevó por la fuerza
al interior.
Según nos cuentan, el monstruo, que resultó ser el dueño del
castillo, se enojó porque el viejo de mierda, encima que lo trataban como a un
rey, le quiere robar una flor. Pero lo que en verdad sucedió es que el
empresario, como toda persona importante, se cree que es natural que lo traten
bien. ¡Y se olvidó de pagar! ¡¿Pueden creer?! ¡Claro…! ¡Si era su secretaria la
que se encargaba de girar los cheques de sus gastos! ¡Ni eso hacía por él
mismo! Al creer que se quería ir sin pagar, Bestia, un chabón grandote al que
le decían así porque parecía un animal (tanto por su tamaño como por su
cuestionable higiene) y del que se decía que casi le agarra gangrena en una
pierna, lo paró en seco y lo metió por la fuerza en el castillo, que resultó
ser un hotel perteneciente a cierta familia que años después, tras un recambio
de gobierno, sería investigada por enriquecimiento ilícito.
El monstruo dejó que el hombre se fuera a cambio de que le
prometiera llevarle a la hija que había pedido la rosa. El viejo no tuvo más
opciones que aceptar entregar a la hija o quedar encerrado por el resto de su
vida (o hasta pagar la multa que le impusiera el juez). Cuando aquél se fue,
Bestia se relamía pensando en la chica que le iban a llevar para que se coma… metafóricamente
hablando, claro está; puesto que, con lo feo que era, sólo le daban bola las
chicas que cobran.
El viejo no quería saber nada con que la hija se fuera con el
monstruoso dueño del castillo, e incluso se le cruzó por la cabeza mandarlo
liquidar; hasta que supo que quienes administraban el lugar eran miembros de la
familia más poderosa de Santa Cruz. Por miedo a que se lo llevaran al padre, y
por la emoción que le causaba que un noble la reclamara, Bella se decidió a ir.
Además, quería saber exactamente qué es lo que aquél extraño tenía de “bestia”.
Con semejante apoda, la piba se imaginaba que, apenas llegara, el chabón la agarraba
y le hacía de todo ahí mismo en la recepción. Sin embargo, se equivocó. Bestia,
que no daba su nombre a conocer para evitar quedar pegado en alguna causa
judicial, la trató mejor de lo que se hubiera imaginado: Le sirvió comidas
deliciosas, jugos de frutas tropicales (ella esperaba cerveza tirada, pero se
conformó), le armó la cama… Ahí ella se dijo “Ahora viene el quí de la cuestión”.
Pero se equivocó nuevamente: por más que lo esperó, Bestia no la molestó en
toda la noche. La chica ya se preguntaba si él sería gay o impotente. “¿Para
qué quería que venga sinó?”
Así pasaron los días, entre conversaciones corteses, paseos por el
campo, cenas que incluían langosta, caviar, pulpo, algún que otro viajecito a
Italia los fines de semana… y demás cosas que la gente normal no podría pagar.
Ella le había empezado a agarrar cariño al bicho éste que la hospedaba, y que
cada noche después de la cena le pedía que se casara con él, recibiendo cada
vez un nó por respuesta.
Bestia le había regalado a Bella un espejo mágico con el cual podía
ver lo que pasaba en la casa de su familia. Era en realidad una Tablet con
internet ilimitado con la cual veía en el face todo lo que sus hermanas
publicaban (prendas nuevas, joyas nuevas, chongos nuevos, y todo lo que el
dinero del viejo podía pagar). Pero ella, que era una analfabeta tecnológica, creyó
que era un espejito mágico. La cuestión es que así se enteró que su progenitor
estaba muy triste, haciéndose la cabeza pensando en todas las cosas que el
horrible dueño del castillo le estaría haciendo por las noches. Hasta había
quedado de cama. Las hijas mayores ya hablaban de internarlo en un psiquiátrico
y heredar antes de tiempo. Preocupada por su padre, y por la injusta repartija
que sus hermanas harían con la herencia, le rogó a su captor que la dejara ir
por unos días. Sorprendentemente, éste le dijo que le daría una semana; y que
al octavo día debería estar de vuelta. Ella prometió cumplir.
Como las hermanas mayores de Bella eran malintencionadas, por lo que
eran feas por fuera y también por dentro, cuando faltaba sólo un día para que
Bella se pegase la vuelta, le cambiaron la fecha en la Tablet antes de que ella
despertara, haciéndole creer que todavía tenía tres días más. Pero uno de esos
días en que Bella se olvidó de cargar la Tablet, ésta se apagó. Al cargarse lo
suficiente, la chica la encendió y la fecha se actualizó automáticamente. Al
ver qué día era, y comprobar que había faltado a su palabra, rajó para el hogar
de Bestia, a quien halló agonizando en el jardín que ambos solían recorrer cada
mañana después del desayuno. Ella se dijo así misma que era su culpa, y estaba
segura de que él moría de dolor. En parte era cierto: moría de dolor, pero por
una enfermedad de transmisión sexual que una de las chicas por hora le había
contagiado.
Lamentando haberse ido, y creyendo que él moriría sin remedio, Bella
le dio un beso en la boca a Bestia, arriesgándose a contagiarse quién sabe qué
cosas, y le dijo que sí se casaría con él. Luego de oír esto, como por arte de
magia (es decir, luego de un baño, una afeitada y una cirugía estética de
emergencia), Bestia se convirtió en un rubio de ojos celestes a quien todas las
revistas de moda querían fotografiar.
La noche de bodas, apenas dieron el sí, Bella se llevó a su
reluciente marido al cuarto incluso antes del “puede besar a la novia”. Es que
quería confirmar si el apodo de “Bestia” lo tenía bien puesto.
Y, colorín colorado, esa noche se encamaron.
Fin
Victor Gabriel Pardo
Derechos Reservados
Segundo, de la sección
CUENTOS LINDOS, RAROS Y ESPANTOSOS:
Buscando Libertad
Él me perseguía. Pensé que lo había dejado atrás, pero su padre lo
ayudó a encontrarme; y puso todo su empeño en no perderme de vista. Meterme
entre la multitud no dio resultados. Siempre veía su mirada al voltear. Esos
ojos negros, profundos y atentos a cada detalle y a cada uno de mis
movimientos. Está obsesionado conmigo. No me deja en paz. Me abraza, me besa,
me muerde… ¡Tengo que irme! ¡Tengo que alejarlo de mí! Pero… Pero ya no sé
dónde ir.
Si él no tuviera ayuda, o si yo la tuviera, hace tiempo que me
habría librado de él. Pero todos y cada uno de ellos están decididos a frustrar
mi escape. Incluso las leyes dicen que debo permanecer en esta situación de
esclavitud, cuando el hecho de que haya terminado con él fue sólo coincidencia.
Un accidente podría decirse. Yo no quería, pero un traidor me mintió. Engañada
por la persona en quien más confiaba.
Ahora intento huir de nuevo; pero él siempre está cerca, esperando
que yo dé todo mi tiempo y energías para su provecho y disfrute. No quiero
hacerlo más. Se lo dije a esa basura que me engañó y me entregó a mi apropiador.
No me escucha, o cree que no hablo en serio.
Todos se llevarán una sorpresa cuando me independice y abandone a
ese bebé y a su padre para siempre.
Fin
Victor Gabriel Pardo
Derechos Reservados
Y finalmente uno de la
sección CUENTOS DEL CAZADOR Y LA DIOSA:
Casa Infestada
¡No se imaginan la plaga que hay en casa! ¡Y no estoy hablando de
unas termitas de morondanga que te comen las maderas del techo! ¡Esto me apestó
toda la casa! ¡Todos los animales se me contagiaron! ¡Varios se me murieron!
Primero fueron los dinosaurios, los dragones, los mamuts y las aves
gigantes. Luego los unicornios, los duendes, las hadas… Después los tilacinos,
las tortugas gigantes y varias especies de peces. Hoy en día siguen
desapareciendo especies, y todo por culpa de esos bichos asquerosos.
En realidad, fue culpa mía. Los creé sin querer, de casualidad. Algo
así como cuando crecen hongos en una superficie húmeda.
Desde hace tiempo que me quiero deshacer de ellos; pero, por alguna
razón, siguen proliferando. La verdad que no lo entiendo. No tienen garras, no
tienen colmillos (nó al menos unos colmillos que uno diga “¡Puf, qué colmillos!”),
y tampoco tienen pelo para soportar el frío del invierno. El único que sí
estaba más o menos adaptado era el nendertalense aquél, ¡pero hace rato que se
murió!
Me les aparecí varias veces, les hablé para pedirles que se dejen de
joder; pero no entendieron. Hicieron cagada e intenté congelando la tierra, ¡y
volvieron a crecer en cuanto descongelé un poco! Hicieron más cagada, y tuve
que baldear. ¡Provoqué una inundación de la puta madre! ¡¿Qué hicieron estos?!
Dijeron “¡Sï, entendimos, tenemos fe, bla, bla, bla!” ¡Y miren cómo me dejaron
la casa! ¡Un desastre! ¡Lo único que se me ocurre es llamar al exterminador, a
ver qué pasa!
Fin
Victor Gabriel Pardo
Derechos Reservados
martes, 13 de septiembre de 2016
¡¡¡CUENTOS FRESCOS PARA TODOS!!!
¡QUE LOS DISFRUTEN!
El primero, de la sección CUENTOS CLÁSICOS ARGENTINIZADOS:
¡QUE LOS DISFRUTEN!
El primero, de la sección CUENTOS CLÁSICOS ARGENTINIZADOS:
Blancanieves Y Los Siete
Degeneraditos
Érase una vez una
reina que estaba sola desde que al rey le dio un bobaso y terminó estirando la
pata. Era una reina muy hermosa que todos los días se levantaba y le hablaba al
espejo. Las sirvientas que la peinaban se decían a sí mismas "¡Esta mina
está senil!" Pero éste no era un espejo convencional; sinó un espejo
parlante que, lejos de asustarla, la halagaba todo el tiempo (“¡Eres la mujer
más hermosa del reino! ¡Que linda que estás! ¡No sabés cómo te caigo, mamita!”,
y cosas como esas), haciéndola sentir muy bien consigo misma. Como toda mujer,
a la reina le encantaba que la halaguen. Pero, al ver a las pibas del barrio
que también estaban fuertes y además eran más jóvenes, se ponía como loca. Se
compró cremas, se hizo cirugías, hacía gimnasia; y hasta aprendió a hacer
hechizos para que a las otras mujeres les salgan verrugas. En fin, todo lo que
las mujeres hacen para estar lindas. Desde ya que todos los nobles de la zona
le querían caer; pero era tan arisca que no se bancaba que le vinieran a
arrastrar el ala. Algunos de ellos decían que le había venido la menopausia.
Lo cierto es que ella
había empezado a tener una relación muy personal con el espejo mágico, el cual,
no teniendo cuerpo, le propuso a la reina tener una relación abierta; cosa que
ella aceptó con agrado ya que ella, después todo, tenía sus necesidades… Bastante
degeneradito resultó el espejo al que, como a todo espejo, le gustaba mirar. Se
babeaba todo cuando ella se veía con uno de sus amantes en la alcoba real. Y,
como era mirón, se hacía unas escapadas para espiar a las mujeres jóvenes de
los alrededores. Sabedora de esto, la monarca le preguntaba al espejo quién era
la mujer más linda; como para demostrarle que estaba sabiendo que miraba a
otras mujeres. El espejo sentía que se le hacía un nudo en la garganta, pero se
calmaba cuando recordaba que los espejos no tienen garganta y que, además, a la
reina la calmaba con unas palabras lindas. “¡Vós sos la más hermosa! ¡¿Quién va
a ser?!” respondía nervioso. Tenía miedo de que, si decía otra cosa, lo tiraban
al suelo y se cagaba muriendo como el difunto rey.
Aconteció un día, en
una de esas salidas transitorias dedicadas a mirar culos, que el espejito se
puso medio en pedo y habló de más. Al llegar al castillo, chocándose con
muebles y paredes, se cruzó con la hermosa reina, quien le hizo la pregunta de
siempre; y, en un inesperado sincericidio, él dijo “¡Y…! ¡La blancanieves! ¡No
sabés lo fuerte que está esa minita!” La reina quería saber la dirección de
Blancanieves, pero el espejo estaba tan en curda que cayó dormido en uno de los
sillones que la reina tenía en su aposento.
No lo rompieron
porque era el favorito de la corte real; pero la monarca se sacó, y mandó a su
mejor cazador a buscar a aquélla joven que tenía la desgracia de ser aún más
linda que ella, y traerle su corazón. Y, como era quien gobernaba el país, ella
se decía a sí misma “¡Total… ¿Quién me va a meter presa a mí?!”
Como era el mejor en
su oficio, que le había enseñado bien a su hija Ricitos, el cazador recorrió la
zona rastreando a su presa, siempre con el cuchillo a la mano… hasta que la encontró:
Una chica de pelo negro ondulado y brillante, que sacaba agua de un pozo para
llevar a su casa. Él se fue acercando lentamente cuchillo en mano; pero quedó
estupefacto cuando ella se dio vuelta y mostró su rostro blanco como la leche,
sus ojos negros tan profundos que podían hechizarlo a uno con la mirada, sus
labios rojos dignos de una pintura de Monet… ¡Y un cuerpo de la puta madre…!
“¡Qué la voy a
matar!”- se dijo él para sus adentros- “¡Se va todo al carajo! ¡Yo a esta piba
me la como!”, y bajó su arma, cuya visión hizo que ella se cagara en las patas,
dejando caer el balde de agua al suelo. Lamentando haberla asustado, y
queriendo galantear un poco por si tenía oportunidad de ya saben qué, el hombre
guardó su cuchillo y confesó cuál era su funesta misión; por lo que ella casi
sale corriendo. Pero se tranquilizó cuando él le prometió que no la lastimaría,
promesa que hizo después de que ella le prometiera asimismo hacer ciertas cosas
por él si, en vez de su corazón, le llevaba a la reina el corazón de un venado.
Por suerte para ella (¡Y para él!), pasaba por allí casualmente la mamá de
Bambi.
Satisfecha la reina
con el corazón de venado, que creyó era el de Blancanieves, corrió a
preguntarle al espejo “¡¿Y ahora, quién es la más linda de todas?!”; pero se
decepcionó terriblemente cuando éste respondió “¡Ya te dije que Blancanieves!
¡¿Estás sorda o qué?!”
La reina, consternada
con la respuesta, lo increpó.
_¡¿Así que un cadáver
te parece más lindo que yo, espejo de mierda?! ¡¿No te das cuenta de que sós un
degenerado?!- gritó la reina.
_¡Eeeee! ¡¿Qué te
paaasa, loca?!- dijo él - ¡¿No te das cuenta que te chamuyaron?! ¡La
Blancanieves se las tomó!_
Para cuando ella
volvió para dar la orden de ejecutar al cazador, éste también se las había
tomado. La reina podría haber enviado al ejército a buscarla, pero pensó
“¡Éstos soldados seguro que se dejan seducir por esa atorranta que andá a saber
qué le hizo al cazador!” Por lo que decidió ir ella misma disfrazada para que
no la reconozcan. Estuvo un buen tiempo buscando por todo el bosque hasta
encontrar a Blancanieves. Le hubiera preguntado al espejito, pero éste estaba
internado en una clínica de rehabilitación. Se puso harina en el pelo para que
parecieran canas, se pegó algunos mocos en los brazos y la nariz para que
parecieran verrugas, y se puso la ropa que le afanó a una de sus criadas.
Cualquiera diría que, siendo experta en magia negra, bien se podría haber
convertido en una viejita sin hacer todo aquello. Pero ella temía que, una vez
se convirtiese en viejita, se olvidase para qué carajos lo había hecho y, peor
aún, cómo desconvertirse de vieja chota en la hermosa reina de siempre.
Por aquél entonces,
Blancanieves se había mudado con unos petizos que vivían en medio del bosque.
Siete hermanos que vivían hacinados en una cabaña de madera. En realidad, fue
como de casualidad. Ella estaba caminando cerca de un arroyo cuando vio una
casa hecha de pino y con techo de paja. La pobre estaba cansadísima, así que
entró a la cabaña (agachada, porque la puerta era como para perros) esperando
poder dormir. Cuando vio las camas diminutas, supuso que todo el lugar era un
cuarto para bebés. Juntó todas las camas y se tiró a descansar. ¡Estaba muerta
del cansancio! No se despertó hasta las once de la mañana del siguiente día.
¡Se imaginarán la sorpresa que se llevaron los dueños de casa por la noche
cuando vieron, desparramada sobre las siete camas, a una mujer que medía tres o
cuatro veces lo que cada uno de ellos! ¡Pensaron que los dioses finalmente
habían oído sus ruegos! ¡No saben lo difícil que era engancharse una mina en el
pueblo cuando te confundían con un chico de cinco años! Encima no sabían cómo
carajos iban a hacer para dormir con ésta ahí despatarrada. No era de
caballeros despertar a una dama. Y, sin embargo, habiendo venido del trabajo,
todos ellos tenían que descansar. La solución vino del más inteligente de
ellos, Sabiondo, quien propuso que cada uno compartiese la cama con la parte de
la chica que estaba allí reposando. Él, por ejemplo, tuvo que compartir su
propia cama con el mullido traste de Blancanieves. ¡Más que sabiondo, era un
vivo bárbaro! A Gruñón le tocó dormir junto al busto; y, por primera vez, dejó
de ser tan gruñón. A Estornudo le tocó dormir con los pies de Blancanieves.
¡Por suerte! ¡No vaya a ser cosa de que estornude junto al oído de la joven y
ésta se despierte! A Tímido le tocaron las manos, pero no le importaba; ya que
era demasiado tímido como para estar con cualquier otra parte. Tontín se tuvo
que quedar con la panza. Al principio se dijo a sí mismo que iba a dormir muy
incómodo, ya que la respiración de ella hacía que la panza se hinchara y
adelgazara todo el tiempo; hasta que vio el ombligo…
_¡Bueno…!- se dijo
-¡Algo se puede hacer!
¡Era Tontín, nó
Boludín! A Dormilón le tocó dormir con las piernas, cosa que Estornudo vio con
enojo.
_¡¿Por qué no se
queda él con los pies?! ¡Si igual se va a dormir!
A Feliz le tocó
dormir junto a la cara de Blancanieves, cosa que le impresionó mucho.
¡Imagináte, dormir con una jeta gigante a tu lado! Pero luego vio que la chica
dormía con la boca abierta… Y esa noche, Feliz durmió más feliz que nunca.
Para mal, cuando se
despertaron de madrugada para ir a trabajar, estaban todos tan mal dormidos
que no estaban como para hachar árboles; así que se fueron a tomar mate
tomando el fresco. Cuando ella se despertó estaba completamente desnuda, su
ropa estaba hecha jirones en el suelo y lo único que recordaba era que soñó con
que la atacaba una manada de ositos de peluche. Salió a darse una ducha en el
arroyo, y vio en el patio a los siete degenerados que, pudo deducir, eran los
responsables de que debiera limpiarse en partes donde no siempre se limpiaba, y
de que debiera hacerse una prueba de embarazo.
Primero pensó en
hacerles la denuncia, pero después recordó que la estaban buscando; así que se
contentó con pasar por la farmacia y tomarse la pastilla del día después. Como
nos enseña el cuento clásico, Blancanieves se quedó a vivir con estos siete
chabones. Lo que no nos cuentan era que ella insistió en saber qué cosa le
había hecho cada uno de ellos; y, como no querían contarle, ella dijo “¡Bueno!
¡Pero al menos muéstrenme!” Y así sellaron la unión. Claro que era una relación
abierta, ya que algunos de los enanitos eran bisexuales. ¡Vivían solos en medio
del bosque y las minas del pueblo no les pasaban ni cabida! ¡Algo entre ellos
tenían que hacer!
Uno de esos días,
mientras los enanos (o “personas pequeñas”, según la gente quisquillosa)
estaban trabajando, la reina, cansada de andar por el bosque, fue a caerles a
la casa que ahora aquéllos compartían con la que, según el espejito mágico,
estaba como para partirla como un queso. Y, como parte del bosque estaba llena
de manzanos, la mina se llevó unas cuantas manzanas para ir comiendo en el
camino. Cuando Blancanieves abrió la puerta, la reina estaba tan cansada que ya
ni le importaba si la piba era más linda, si estaba viva, si se había escapado…
Lo único que quería era descansar. Incluso había decidido reemplazar la manzana
envenenada por una sana. Uno creería que una bruja medio chapita capaz de
mandar a descuartizar a una muchacha no suele cambiar así como así. Pero
caminar sola por el bosque le dio tiempo para pensar que, cuando llegue a
anciana, y su magia no sea la misma, a menos que cambie nadie la va a querer
cuidar. El problema fue que, al ver a la reina disfrazada y confundirla con una
anciana cualquiera como las que andan mangueando en el tren, Blancanieves
decidió cerrarle la puerta en la cara; aunque se detuvo en cuanto aquélla dijo
que le traía un regalo. Ofendida como estaba ahora y olvidando sus recientes
consideraciones, la reina tomó la manzana envenenada y se la dio. Como la chica
estaba tan acostumbrada a que la gente le regale cosas, por culpa de todos los
tipos que la querían conquistar, tomó la manzana y cerró de un portazo.
_Pendeja de
mierda- dijo en voz baja la mujer mientras volvía poco a poco a su
palacio.
Como todos sabemos,
Blancanieves cae bajo el hechizo que, por alguna razón que nadie pudo explicar
jamás, un simple beso en los labios podría romper. Digamos que la reina no era
una de las mejores brujas que había. Los enanos estaban todos mariconeando
alrededor del cuerpo de la chica que, tras el velorio, sería llevado al
cementerio de la Chacarita. Y, en medio de tanto llanto, un joven que pasaba
por ahí y que respondía al nombre de Azul, se detuvo ante la bella imagen de
Blancanieves. Aparte de sus siete amantes, la muchacha estaba rodeada de
animales, guardaparques e incluso algunas amigas, todos los que alguna vez
habían asistido a las fiestas swingers organizadas en casa de los enanos; por
lo que no se sorprendieron al ver llegar al desconocido, quien resultó ser un
príncipe en busca de asilo y que había sido expulsado por su padre de su propio
reino. Mientras todos rompían en llanto una y otro vez, nadie se preocupó
cuando el muchacho besó en la boca el que creyó era el cadáver de la bella
joven. Era medio necrófilo ahora que lo pienso. Y, rompiéndose el hechizo,
Blancanieves despertó. Todos saltaron de alegría, y lo abrazaban al joven en
agradecimiento por haberla revivido.
Como sabían quién era
la bruja, y teniendo miedo de que volviera a intentar matar a la novia de todos
ellos, los enanitos decidieron que debían hacer algo. Esa misma noche, hachas
en mano, se metieron en el castillo mientras todos, espejito y guardias
incluidos, dormían; y se encargaron de que la reina fuera a hacerle hechizos a
San Pedro.
Colorín colorado, a
la reina descuartizaron. Por su parte, Blancanieves asumió el trono en lo que
los diarios locales definieron como un golpe de estado. La policía y las
fuerzas armadas pensaron arrestarla, pero ningún jefe de policía o general se resistía
a los encantos de la joven. Además, ellos sabían que, de ser arrestada, ella le
contaría a la prensa de las fiestas a las que ellos mismos habían asistido en
medio del bosque. Los enanitos se encargaron de formar su guardia personal, y
ahuyentaban a todo aquél que osara pretender la mano de la nueva reina.
En cuanto a Azul, al
saber que la chica no estaba en realidad muerta, dijo “¡¿Qué?! ¡¿Está viva?!
¡Qué asco!” Y se fue en busca de nuevos rumbos. Algunos dicen haberlo visto
rondando el castillo de la chica ésa del sueño pesado, la Bella Durmiente. Pero
dejaremos esa historia para otra ocasión.
Fin
Victor Gabriel
Pardo
Derechos Reservados
De la sección CUENTOS, LINDOS, RAROS Y ESPANTOSOS:
En
Tus Últimos Momentos Quiero Decirte
Nadabas
en el lago, mientras los rayos del sol se reflejaban en el agua. Te movías
libremente. Demasiado libremente para mi gusto. Se me hacía difícil seguir tus
movimientos con la vista. “¡Qué hermosa! ¡Ojalá la tuviera!” me dije a mí
mismo. “¡Todos me envidiarían y querrían tener una como vós!” Decidí sacarte y
hacerte mi propiedad. Sabía que al final esto no terminaría bien para vós; pero
también sabía cuánto te disfrutaría. No pude resistirlo. El impuso pudo más, e
hice mi mayor esfuerzo para tenerte; y lo logré. Al principio ni te inmutaste.
No me dabas bola. Pero yo soy muy perseverante; y vós, después de todo, aunque
más linda por fuera que muchas otras, por dentro sós igual que todas las demás.
Y así caíste, como todas aquéllas a las que he atrapado antes. Una vez que te
tuve, te subí al vehículo y partí para mi casa. ¡No te iba a dejar ir ahora que
te tenía! Te moviste bastante mientras conducía, e incluso un par de oficiales
te vieron ahí en el asiento del acompañante, encerrada y sin poder decir
palabra; pero no hicieron más que alegrarse ante tal visión. Incluso uno de
ellos te sacó una foto para mostrar a sus amigos. ¡Resultaron ser de los míos,
¿podés creer?! Les recomendé el sitio donde te encontré. Me dirigías una mirada
desesperada, mientras te sacudías intentando salir del vehículo. Veías el lago
a través de la ventanilla. Y luego la ruta te mostraba, a través del parabrisas,
el camino por el cual jamás habrías de volver. Tantas veces te habías divertido
allí que no creías que algo te podía pasar, aunque fuera tan tarde. Pero yo ya
te había visto la vez anterior que visité ese sitio. Al llegar a casa, estabas
desesperada. Mi mujer te miró asombrada, ya que nunca le había llevado una tan
buena como vós. Se relamía mientras te llevaba a la bañera. Debo pedirte perdón
por esto último. Es que no entrás en otro lado, y en cuanto te saque de la bolsa,
va a salir el agua. Pero seguro que esto es lo que menos te molesta. Sé que
estás aterrada ante esta cuchilla de treinta centímetros que estoy afilando frente
a vós. Tenés razón de estarlo. De hecho, estoy a punto de clavártela justo en la
apertura de tus partes privadas, para luego abrirte hasta el cuello y cortarte
la cabeza. Después te quitaré las tripas, los pulmones, el corazón, y todo lo
que sobra. ¡No, no no! ¡No te muevas tanto! ¡No intentes salir! ¡No voy a
apuñalarte ahora! Esperaré a que el agua se termine de escurrir de la bañera,
te ahogues y mueras. Después haré todo lo demás. Así que, vós… tranquila. Por
cierto, a mi mujer también le parecés una trucha muy linda.
Fin
Victor
Gabriel Pardo
Derechos
Reservados
Y finalmente, de la sección CUENTOS DEL CAZADOR Y LA DIOSA:
Fatalidad
Divina
Y
el Pastor dijo “Le paso la palabra al Señor Febo”. Y éste, entre llantos y
lágrimas, dijo unas palabras por la difunta:
_
Yo, al igual que ustedes, todavía no lo puedo creer del todo. ¿Cómo pudo ser
posible? Ella tenía tanto para dar… tanto amor por su familia, sus amigos, sus
hijos… por todos sus hijos… ¡No lo puedo entender! ¡Esto se podría haber
evitado! ¡Ella misma sabía de ante mano lo que le pasaba! Pero no hizo nada…
nada… ¡Y yo tampoco lo pude hacer! De haberlo intentado… De haberlo intentado,
la habría lastimado a ella también. ¡Y no podía hacerlo! ¡Era ella la que debía
tomar la decisión! Y no pudo… no pudo… Es que los amaba tanto, tanto que… ¡No
tuvo la sangre fría para sacarse esa peste que se le extendía más y más! Y todo
por amor. ¡No se puede tener tanto amor por alguien que te lastima tanto, que
te insulta, que te olvida…! ¡Y ahora ella murió! ¡Y, si ella murió, significa
que todos nosotros podemos morir también!”
Ares
(o Marte, como algunos le decían) que ayudaba a Apolo a sostenerse mientras se
dirigían juntos hacia la puerta, sintió culpa por haber incitado tanto a los
hombres a palear entre ellos. Pero él tampoco pudo evitarlo. Así como estaba en
la naturaleza de su madre brindar todo lo suyo generosamente, estaba en la
naturaleza de él promover la guerra. Pensándolo bien, no era un muy buen hijo que
digamos.
Los
llantos desconsolados de Febo Apolo por la más divina de las olímpicas
conmovieron a todos los presentes. Pero lo que más los shockeó fue la última
oración: “…si ella murió, significa que todos nosotros podemos morir también…” Ni
siquiera Zeus pudo evitar sentir escalofrío.
Fin
Victor
Gabriel Pardo
Derechos
Reservados
martes, 6 de septiembre de 2016
Esta semana les dejo un cuento largo
y dos cortos. ¡¡¡Que los disfruten!!!
El primero, perteneciente a la
sección CUENTOS CLÁSICOS ARGENTINIZADOS:
Alicia En El País De Las Pastillitas
Cuentan que Alicia, una risueña niña que descansaba junto a su
hermana en una ribera, estaba medio dormida cuando vio un conejo blanco con
chaleco y un reloj de bolsillo; y, por lo curioso de la situación, comenzó a
perseguirlo. Al meterse en la madriguera del conejo, cayó en un mundo extraño
donde los animales hablaban, las cartas estaban vivas y las reinas cortaban
cabezas; y una vieja oruga, según dicen, le dio a comer unos hongos que la
hacían grande y otros que la hacían pequeña.
Primero que nada, si partimos del hecho de que a la pibita se le
apareció un conejo blanco con un chaleco y un reloj de bolsillo, ya tenemos la
pauta de que la protagonista no estaba del todo bien de la cabeza. Encima, si
lo empezó a correr, es porque el hambre no la tenía a bien traer. Eso o alguna
familia de plata andaba encaprichando a su mascota, como esa gente que le pone
capas de lluvia y sombrero a los perros.
Segundo, al caer por la madriguera se pegó un golpe de la puta madre
en la cabeza que la dejó bastante mareada. Empezó a caminar por el bosque
tambaleándose y golpeándose repetidas veces con los árboles.
Luego, según la historia clásica, se cruzó con un sombrerero loco,
un lirón adormecido y una liebre de marzo, que tomaban el té sentados frente a
una gran mesa llena de tazas, panes, mantequillas y teteras… ¡Era una re joda que
organizaron en lo del sombrerero! El chabón estaba loco por tomar tanto “té”,
una especie de caipiriña que tenía ingredientes especiales que lo ponían a uno
medio histérico; como ésos ingredientes que le mandan a los tragos en ciertas
fiestas electrónicas… El lirón estaba medio dormido porque la “mantequilla” que
le ponían al pan tenía también ingredientes especiales, pero de los que te provocan
el efecto contrario a los del “té”. Y la liebre de marzo era de marzo porque
abril aún no llegaba. Con la cabeza aun dándole vueltas, la pobre niña se sentó
a la mesa a tomar el “té” y comer un pan con “mantequilla”… Para mal, conoció a
un viejo al que le decían “La Oruga” porque andaba diciendo que, en cuanto
tuviera la plata que le pedían para la operación, se iba a “transformar como
mariposa”; y quien, ante el hambre que decía tener la niña, ya que un té
especial te puede levantar el ánimo pero no te llena en estómago, le convidó
unos hongos mágicos que unas veces la hacían crecer y otras veces la
empequeñecían… ¡Bah…! ¡Ella era la que se agrandaba unas veces, y se achicaba
otras! ¡Las otras pibas no entendían nada! ¡Alicia se hacía la mala, y cuando
la iban a cagar a palos se cagaba toda!
No es de sorprender que, al salir de la joda en casa del sombrerero,
Alicia se vio en medio de un enfrentamiento entre, por un lado, la policía,
gendarmería y prefectura; y, por el otro, la barrabrava del Club Atlético
Independiente que salía de perder con Racing. Nuestra protagonista los confundió
a todos con una baraja de naipes. ¡Los negros querían romper todo! Y Alicia
estaba tan afectada por el golpe, el “té”, la “mantequilla” y los hongos, que
también terminó tirándole piedrazos a los
milicos.
La reina de corazones se trataba de la novia del jefe de la
barrabrava; quien era, casualmente, la mayor transa de la zona. Por eso, cuando
ella gritaba “¡Que le corten la cabeza!”, era porque alguno de los clientes les
había quedado debiendo y no quería pagar; o porque alguna mina le estaba
haciendo la competencia y se quería levantar a su novio.
Al final, Alicia terminó internada en un centro de rehabilitación;
ya que los hongos mágicos estaban espolvoreados con “azúcar mágica”.
Fin
Victor Gabriel Pardo
Derechos Reservados
Segundo de esta semana, y de la
sección CUENTOS LINDOS, RAROS Y ESPANTOSOS:
¡Cuántas Cosas Fuiste!
Eras el objeto de mi amor, la
balanza con que mi corazón sopesaba todas las cosas, la medida de mis locuras,
la razón de mi paciencia infinita y la recarga de energía que tantas veces
aparecía en el momento justo en que yo agotaba mis reservas.
Eras la luz de todas mis mañanas, y
la píldora para dormir por las noches; excepto, claro, cuando eras una película
para adultos en 3D.
¡Con razón me acusabas de que te
trataba como objeto!
FIN
Victor Gabriel Pardo
Derechos Reservados
Y finalmente, el tercero de esta semana y de la sección CUENTOS DEL
CAZADOR Y NATURA:
La Vida Después Del Hombre
Un día, los hombres dejaron de adorar a los Dioses. Y, conscientes
de su propio poder, se adoraron a sí mismos, vanagloriándose. Ofendidos, los
Dioses desataron su furia; y el tiempo de los hombres terminó.
Hoy la vida florece nuevamente, y el ser humano es tan sólo un mal
recuerdo. A veces, alguna especie aprende a fabricar armas y a dominar es
fuego. Pero no pasan de allí; ya que, al ver que llegaron a ese punto de la
evolución, algún olímpico baja y se
encarga de eliminarlos.
Es mejor prevenir que curar.
FIN
Victor Gabriel Pardo
Derechos Reservados
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