¡¡¡Feliz primavera para
todos!!! ¡Esta semana les mando un saludo en honor a Ostara, la diosa germánica
de la primavera!
¡Espero que hayan
disfrutado del día!
Empezando, como siempre,
por la sección CUENTOS CLÁSICOS ARGENTINIZADOS:
La Bella Se Comió A Bestia
En una tierra remota, en un barrio privado de las afueras de Río
Gallegos, vivía un viejo al que se le había muerto la mujer; y, además, estaba
forrado en guita. Tenía negocios en el exterior, así que los ahorros los tenía
en dólares. Uno creería que, a pesar de estar en la tercera edad, lleno de
plata y sin la jermu para que le rompa las que le cuelgan, su vida serían un
viva la pepa; pero no. Tenía tres hijas en edad de casarse; o sea… Él quería que se casasen para sacárselas de
encima y poder traer a las chicas de los fines de semana (y a las secretarias)
a la casa; así no tendría que gastar tanto en telos. Era medio amarrete el
viejo.
Como toda piba que nace en cuna de oro, las dos hermanas mayores,
unas grandotas boludas que pasaban de los treinta y que, a pesar de ser un
espanto, tenían la nariz más parada que obelisco, se pasaban todo el día de
shopping reventando las tarjetas visa y mastercard que el padre les había
extendido. La otra hija, en cambio, se quedaba en casa atendiendo cariñosamente
al padre. Obviamente, la hija menor, a la que todos llamaban Bella (aunque no se
sabía bien si era su nombre real o si le decían así porque, a diferencia de sus
hermanas, la piba estaba bastante bien por donde se la veía…), era la favorita
del anciano. De hecho, pasaba tanto tiempo con él que la gente empezó a decir
que el tipo se estaba comiendo a la hija. Él le quería regalar cosas, pero ella
le decía que no necesitaba nada. Bella había entrado en una onda new age, hacía
reiki, se hizo budista… Demasiado humilde en opinión de su padre, y tremenda
boluda en opinión de sus hermanas.
Un día como cualquier otro, mientras las hermanas feas gastaban a
más no poder las arcas familiares, los negocios sufrieron un revés a raíz del
cepo declarado por el gobierno y la entrada de capitales chinos. Las acciones
se fueron a la mierda. El viejo tuvo que cerrar un montón de oficinas, vender
la mitad de sus bienes, sacar préstamos… Estaba como loco. Encima, dos de las
“nenas” seguían gastando como siempre. Entonces, para calmar un poco la
depresión, se fue al bar más paqueta que pudo encontrar; y, olvidando que los
morlacos andaban escaseando, estuvo toda la noche invitando rondas de tragos.
Para cuando se fue del bar, tenía los bolsillos secos y la visión tan nublada
que no hubo señal de tránsito que respetara; y, cuando llegaba a casa, se llevó
puesta la garita del guardia de seguridad. Tuvo que vender el Ferrari para
pagar las multas que le pusieron.
Al principio, la única de sus hijas que entendía lo grave de la
situación era Bella; pero las otras dos se dieron cuenta cuando, por primera
vez en su vida, una cajera les dijo que sus tarjetas habían sido rechazadas. Y,
como ninguna de ellas estaba dispuesta ni preparada para trabajar, ni en pedo
se atrevían a sacar un crédito personal para sacar los dos Gálaxy que les
habían prometidos a sus respectivos amantes. En cuanto éstos se enteraron de lo
sucedido, sabiendo que los días de vividores se les habían terminado, se
volvieron a trabajar en el puerto y no las vieron más.
Al anciano jefe de familia sólo lo consolaba la hija menor; mientras
que las otras se desvivían buscando que algunos de los amigos ricos con los que
solían ir a los after-hours del centro se casoriaran con ellas. Por suerte, unos
cuantos meses después, una de las empresas en las que el viejo había invertido,
la inmobiliaria de su amigo Lázaro, amigo íntimo de cierta presidenta de todos
los argentinos, empezó a remontar vuelo de modo extraordinario. Como se
imaginarán, la bonanza volvió enseguida; tanta que el hombre tuvo que mandarse
a hacer unas cajas de seguridad en el sótano (algo que, aparentemente, se
estaba poniendo de moda en aquéllas tierras del sur).
Para aquél entonces, las hijas mayores, al ver la miseria que
pasaban, se habían casado de apuro con unos hermanos italianos (un par de
plomeros bigotudos que se pasaban todo el día pisando tortugas e intentando
rescatar a cierta princesa de las alcantarillas…). En cuanto se enteraron de la
buena fortuna de su padre, se divorciaron; y enseguida volvieron a pasearse por
las galerías más pitucas de la provincia, a comer caviar y a hacer todas esas
cosas que siete meses de pobreza les habían privado hacer. Bella, en cambio, lo
único que le pidió a su viejo fue que le trajera una rosa. El tipo le dijo
“¡¿Una rosa?! ¡Si querés, te compro un local de flores entero! ¡O te mando
sembrar todo un campo de rosales! ¡Pedíme algo más!” Pero ella le explicó que
era feliz sin más que eso. Las hermanas ya decían “¿A ésta no le pasará algo
malo?” Lo que pasa es que Bella, de tan al pedo que estaba al no tener que
trabajar para vivir, tomaban cursos de yoga, liberación emocional y magia. Y en
éste último le habían pedido una rosa para un supuesto hechizo de amor. Cosas
que la gente hace cuando la plata le sobra…
Sucedió luego de una reunión de negocios, y durante un corte de ruta
que llevaban adelante unos docentes a quienes el gobierno de Santa Cruz no les
depositaba los sueldos desde hacía medio año, que el empresario se vio en la
imposibilidad de avanzar; hasta que vio un camino rural que parecía ser una
buena opción para sortear el obstáculo. Mientras giraba el volante, justo antes
de alejarse de los manifestantes, grito “¡Vayan a dar clases, vagos de mierda!”
Tal vez fue el karma… Tal vez fueron las malas ondas… O tal vez el viejo
tenía una suerte de mierda. La cuestión es que el camino que tomó lo llevó
hasta un castillo que nunca en su vida había visto. O sea… un caserón de la
puta madre ante el cual su mansión parecía una casilla de la villa 31.
Según el cuento clásico, al entrar en el lugar, el hombre vio que
las puertas y las tazas se movían, que los televisores se prendían sólos cada
vez que Cristina daba un discurso… Eso sí: no tenía de qué quejarse. A la hora
de la cena lo esperaba una cena de bienvenida espectacular, le habían preparado
la mejor habitación en la que había estado con la cama más cómoda de todas
aquéllas en las que alguna vez había dormido. Decididamente, era un lugar de
cinco estrellas. ¡Pero los objetos se movían sólos…! O eso es lo que él creyó.
Lo que pasó en realidad es que el viejo, como toda la gente que tiene guita
para tirar para arriba, no se rebajaba a mirar (¡y menos saludar!) al portero,
ni a la recepcionista, ni al cadete que le llevó las valijas al cuarto, y mucho
menos a la moza que le trajo la comida… ¡Así cualquiera ve que las cosas se
mueven solas! ¡Encima, todas las demás habitaciones estaban vacías! El tipo
terminó creyendo que el sitio estaba embrujado; pero se dijo a sí mismo “Al
menos, si hay fantasmas, no son de los que gustan de asustar. Obviamente se
dieron cuenta de que soy un huésped de categoría”.
A la mañana siguiente, la radio que había en el cuarto se encendió
aparentemente “sin que nadie la tocara”, y el hombre se despertó justo para oír
en las noticias que el corte en la ruta había terminado luego de un operativo
policial; habiendo quedado tan sólo unas pancartas ensangrentadas al lado de la
ruta. Una hora después, tras bañarse y ponerse un traje nuevo que, él creía,
“algún encantamiento habría hecho aparecer”, y tras disfrutar de un exquisito
desayuno que “mágicamente” apareció en la mesita de luz, se estaba subiendo al
auto cuando, tras ver un rosal y acordarse del pedido de su hija, decidió
cortar una rosa y llevársela. Antes de poder volver al auto, una bestia peluda
como de dos metros veinte de alto se le paró enfrente y lo llevó por la fuerza
al interior.
Según nos cuentan, el monstruo, que resultó ser el dueño del
castillo, se enojó porque el viejo de mierda, encima que lo trataban como a un
rey, le quiere robar una flor. Pero lo que en verdad sucedió es que el
empresario, como toda persona importante, se cree que es natural que lo traten
bien. ¡Y se olvidó de pagar! ¡¿Pueden creer?! ¡Claro…! ¡Si era su secretaria la
que se encargaba de girar los cheques de sus gastos! ¡Ni eso hacía por él
mismo! Al creer que se quería ir sin pagar, Bestia, un chabón grandote al que
le decían así porque parecía un animal (tanto por su tamaño como por su
cuestionable higiene) y del que se decía que casi le agarra gangrena en una
pierna, lo paró en seco y lo metió por la fuerza en el castillo, que resultó
ser un hotel perteneciente a cierta familia que años después, tras un recambio
de gobierno, sería investigada por enriquecimiento ilícito.
El monstruo dejó que el hombre se fuera a cambio de que le
prometiera llevarle a la hija que había pedido la rosa. El viejo no tuvo más
opciones que aceptar entregar a la hija o quedar encerrado por el resto de su
vida (o hasta pagar la multa que le impusiera el juez). Cuando aquél se fue,
Bestia se relamía pensando en la chica que le iban a llevar para que se coma… metafóricamente
hablando, claro está; puesto que, con lo feo que era, sólo le daban bola las
chicas que cobran.
El viejo no quería saber nada con que la hija se fuera con el
monstruoso dueño del castillo, e incluso se le cruzó por la cabeza mandarlo
liquidar; hasta que supo que quienes administraban el lugar eran miembros de la
familia más poderosa de Santa Cruz. Por miedo a que se lo llevaran al padre, y
por la emoción que le causaba que un noble la reclamara, Bella se decidió a ir.
Además, quería saber exactamente qué es lo que aquél extraño tenía de “bestia”.
Con semejante apoda, la piba se imaginaba que, apenas llegara, el chabón la agarraba
y le hacía de todo ahí mismo en la recepción. Sin embargo, se equivocó. Bestia,
que no daba su nombre a conocer para evitar quedar pegado en alguna causa
judicial, la trató mejor de lo que se hubiera imaginado: Le sirvió comidas
deliciosas, jugos de frutas tropicales (ella esperaba cerveza tirada, pero se
conformó), le armó la cama… Ahí ella se dijo “Ahora viene el quí de la cuestión”.
Pero se equivocó nuevamente: por más que lo esperó, Bestia no la molestó en
toda la noche. La chica ya se preguntaba si él sería gay o impotente. “¿Para
qué quería que venga sinó?”
Así pasaron los días, entre conversaciones corteses, paseos por el
campo, cenas que incluían langosta, caviar, pulpo, algún que otro viajecito a
Italia los fines de semana… y demás cosas que la gente normal no podría pagar.
Ella le había empezado a agarrar cariño al bicho éste que la hospedaba, y que
cada noche después de la cena le pedía que se casara con él, recibiendo cada
vez un nó por respuesta.
Bestia le había regalado a Bella un espejo mágico con el cual podía
ver lo que pasaba en la casa de su familia. Era en realidad una Tablet con
internet ilimitado con la cual veía en el face todo lo que sus hermanas
publicaban (prendas nuevas, joyas nuevas, chongos nuevos, y todo lo que el
dinero del viejo podía pagar). Pero ella, que era una analfabeta tecnológica, creyó
que era un espejito mágico. La cuestión es que así se enteró que su progenitor
estaba muy triste, haciéndose la cabeza pensando en todas las cosas que el
horrible dueño del castillo le estaría haciendo por las noches. Hasta había
quedado de cama. Las hijas mayores ya hablaban de internarlo en un psiquiátrico
y heredar antes de tiempo. Preocupada por su padre, y por la injusta repartija
que sus hermanas harían con la herencia, le rogó a su captor que la dejara ir
por unos días. Sorprendentemente, éste le dijo que le daría una semana; y que
al octavo día debería estar de vuelta. Ella prometió cumplir.
Como las hermanas mayores de Bella eran malintencionadas, por lo que
eran feas por fuera y también por dentro, cuando faltaba sólo un día para que
Bella se pegase la vuelta, le cambiaron la fecha en la Tablet antes de que ella
despertara, haciéndole creer que todavía tenía tres días más. Pero uno de esos
días en que Bella se olvidó de cargar la Tablet, ésta se apagó. Al cargarse lo
suficiente, la chica la encendió y la fecha se actualizó automáticamente. Al
ver qué día era, y comprobar que había faltado a su palabra, rajó para el hogar
de Bestia, a quien halló agonizando en el jardín que ambos solían recorrer cada
mañana después del desayuno. Ella se dijo así misma que era su culpa, y estaba
segura de que él moría de dolor. En parte era cierto: moría de dolor, pero por
una enfermedad de transmisión sexual que una de las chicas por hora le había
contagiado.
Lamentando haberse ido, y creyendo que él moriría sin remedio, Bella
le dio un beso en la boca a Bestia, arriesgándose a contagiarse quién sabe qué
cosas, y le dijo que sí se casaría con él. Luego de oír esto, como por arte de
magia (es decir, luego de un baño, una afeitada y una cirugía estética de
emergencia), Bestia se convirtió en un rubio de ojos celestes a quien todas las
revistas de moda querían fotografiar.
La noche de bodas, apenas dieron el sí, Bella se llevó a su
reluciente marido al cuarto incluso antes del “puede besar a la novia”. Es que
quería confirmar si el apodo de “Bestia” lo tenía bien puesto.
Y, colorín colorado, esa noche se encamaron.
Fin
Victor Gabriel Pardo
Derechos Reservados
Segundo, de la sección
CUENTOS LINDOS, RAROS Y ESPANTOSOS:
Buscando Libertad
Él me perseguía. Pensé que lo había dejado atrás, pero su padre lo
ayudó a encontrarme; y puso todo su empeño en no perderme de vista. Meterme
entre la multitud no dio resultados. Siempre veía su mirada al voltear. Esos
ojos negros, profundos y atentos a cada detalle y a cada uno de mis
movimientos. Está obsesionado conmigo. No me deja en paz. Me abraza, me besa,
me muerde… ¡Tengo que irme! ¡Tengo que alejarlo de mí! Pero… Pero ya no sé
dónde ir.
Si él no tuviera ayuda, o si yo la tuviera, hace tiempo que me
habría librado de él. Pero todos y cada uno de ellos están decididos a frustrar
mi escape. Incluso las leyes dicen que debo permanecer en esta situación de
esclavitud, cuando el hecho de que haya terminado con él fue sólo coincidencia.
Un accidente podría decirse. Yo no quería, pero un traidor me mintió. Engañada
por la persona en quien más confiaba.
Ahora intento huir de nuevo; pero él siempre está cerca, esperando
que yo dé todo mi tiempo y energías para su provecho y disfrute. No quiero
hacerlo más. Se lo dije a esa basura que me engañó y me entregó a mi apropiador.
No me escucha, o cree que no hablo en serio.
Todos se llevarán una sorpresa cuando me independice y abandone a
ese bebé y a su padre para siempre.
Fin
Victor Gabriel Pardo
Derechos Reservados
Y finalmente uno de la
sección CUENTOS DEL CAZADOR Y LA DIOSA:
Casa Infestada
¡No se imaginan la plaga que hay en casa! ¡Y no estoy hablando de
unas termitas de morondanga que te comen las maderas del techo! ¡Esto me apestó
toda la casa! ¡Todos los animales se me contagiaron! ¡Varios se me murieron!
Primero fueron los dinosaurios, los dragones, los mamuts y las aves
gigantes. Luego los unicornios, los duendes, las hadas… Después los tilacinos,
las tortugas gigantes y varias especies de peces. Hoy en día siguen
desapareciendo especies, y todo por culpa de esos bichos asquerosos.
En realidad, fue culpa mía. Los creé sin querer, de casualidad. Algo
así como cuando crecen hongos en una superficie húmeda.
Desde hace tiempo que me quiero deshacer de ellos; pero, por alguna
razón, siguen proliferando. La verdad que no lo entiendo. No tienen garras, no
tienen colmillos (nó al menos unos colmillos que uno diga “¡Puf, qué colmillos!”),
y tampoco tienen pelo para soportar el frío del invierno. El único que sí
estaba más o menos adaptado era el nendertalense aquél, ¡pero hace rato que se
murió!
Me les aparecí varias veces, les hablé para pedirles que se dejen de
joder; pero no entendieron. Hicieron cagada e intenté congelando la tierra, ¡y
volvieron a crecer en cuanto descongelé un poco! Hicieron más cagada, y tuve
que baldear. ¡Provoqué una inundación de la puta madre! ¡¿Qué hicieron estos?!
Dijeron “¡Sï, entendimos, tenemos fe, bla, bla, bla!” ¡Y miren cómo me dejaron
la casa! ¡Un desastre! ¡Lo único que se me ocurre es llamar al exterminador, a
ver qué pasa!
Fin
Victor Gabriel Pardo
Derechos Reservados
No hay comentarios:
Publicar un comentario