miércoles, 21 de septiembre de 2016

¡¡¡Feliz primavera para todos!!! ¡Esta semana les mando un saludo en honor a Ostara, la diosa germánica de la primavera!



¡Espero que hayan disfrutado del día!

Empezando, como siempre, por la sección CUENTOS CLÁSICOS ARGENTINIZADOS:

La Bella Se Comió A Bestia

En una tierra remota, en un barrio privado de las afueras de Río Gallegos, vivía un viejo al que se le había muerto la mujer; y, además, estaba forrado en guita. Tenía negocios en el exterior, así que los ahorros los tenía en dólares. Uno creería que, a pesar de estar en la tercera edad, lleno de plata y sin la jermu para que le rompa las que le cuelgan, su vida serían un viva la pepa; pero no. Tenía tres hijas en edad de casarse; o sea… Él  quería que se casasen para sacárselas de encima y poder traer a las chicas de los fines de semana (y a las secretarias) a la casa; así no tendría que gastar tanto en telos. Era medio amarrete el viejo.
Como toda piba que nace en cuna de oro, las dos hermanas mayores, unas grandotas boludas que pasaban de los treinta y que, a pesar de ser un espanto, tenían la nariz más parada que obelisco, se pasaban todo el día de shopping reventando las tarjetas visa y mastercard que el padre les había extendido. La otra hija, en cambio, se quedaba en casa atendiendo cariñosamente al padre. Obviamente, la hija menor, a la que todos llamaban Bella (aunque no se sabía bien si era su nombre real o si le decían así porque, a diferencia de sus hermanas, la piba estaba bastante bien por donde se la veía…), era la favorita del anciano. De hecho, pasaba tanto tiempo con él que la gente empezó a decir que el tipo se estaba comiendo a la hija. Él le quería regalar cosas, pero ella le decía que no necesitaba nada. Bella había entrado en una onda new age, hacía reiki, se hizo budista… Demasiado humilde en opinión de su padre, y tremenda boluda en opinión de sus hermanas.
Un día como cualquier otro, mientras las hermanas feas gastaban a más no poder las arcas familiares, los negocios sufrieron un revés a raíz del cepo declarado por el gobierno y la entrada de capitales chinos. Las acciones se fueron a la mierda. El viejo tuvo que cerrar un montón de oficinas, vender la mitad de sus bienes, sacar préstamos… Estaba como loco. Encima, dos de las “nenas” seguían gastando como siempre. Entonces, para calmar un poco la depresión, se fue al bar más paqueta que pudo encontrar; y, olvidando que los morlacos andaban escaseando, estuvo toda la noche invitando rondas de tragos. Para cuando se fue del bar, tenía los bolsillos secos y la visión tan nublada que no hubo señal de tránsito que respetara; y, cuando llegaba a casa, se llevó puesta la garita del guardia de seguridad. Tuvo que vender el Ferrari para pagar las multas que le pusieron.
Al principio, la única de sus hijas que entendía lo grave de la situación era Bella; pero las otras dos se dieron cuenta cuando, por primera vez en su vida, una cajera les dijo que sus tarjetas habían sido rechazadas. Y, como ninguna de ellas estaba dispuesta ni preparada para trabajar, ni en pedo se atrevían a sacar un crédito personal para sacar los dos Gálaxy que les habían prometidos a sus respectivos amantes. En cuanto éstos se enteraron de lo sucedido, sabiendo que los días de vividores se les habían terminado, se volvieron a trabajar en el puerto y no las vieron más.
Al anciano jefe de familia sólo lo consolaba la hija menor; mientras que las otras se desvivían buscando que algunos de los amigos ricos con los que solían ir a los after-hours del centro se casoriaran con ellas. Por suerte, unos cuantos meses después, una de las empresas en las que el viejo había invertido, la inmobiliaria de su amigo Lázaro, amigo íntimo de cierta presidenta de todos los argentinos, empezó a remontar vuelo de modo extraordinario. Como se imaginarán, la bonanza volvió enseguida; tanta que el hombre tuvo que mandarse a hacer unas cajas de seguridad en el sótano (algo que, aparentemente, se estaba poniendo de moda en aquéllas tierras del sur).
Para aquél entonces, las hijas mayores, al ver la miseria que pasaban, se habían casado de apuro con unos hermanos italianos (un par de plomeros bigotudos que se pasaban todo el día pisando tortugas e intentando rescatar a cierta princesa de las alcantarillas…). En cuanto se enteraron de la buena fortuna de su padre, se divorciaron; y enseguida volvieron a pasearse por las galerías más pitucas de la provincia, a comer caviar y a hacer todas esas cosas que siete meses de pobreza les habían privado hacer. Bella, en cambio, lo único que le pidió a su viejo fue que le trajera una rosa. El tipo le dijo “¡¿Una rosa?! ¡Si querés, te compro un local de flores entero! ¡O te mando sembrar todo un campo de rosales! ¡Pedíme algo más!” Pero ella le explicó que era feliz sin más que eso. Las hermanas ya decían “¿A ésta no le pasará algo malo?” Lo que pasa es que Bella, de tan al pedo que estaba al no tener que trabajar para vivir, tomaban cursos de yoga, liberación emocional y magia. Y en éste último le habían pedido una rosa para un supuesto hechizo de amor. Cosas que la gente hace cuando la plata le sobra…
Sucedió luego de una reunión de negocios, y durante un corte de ruta que llevaban adelante unos docentes a quienes el gobierno de Santa Cruz no les depositaba los sueldos desde hacía medio año, que el empresario se vio en la imposibilidad de avanzar; hasta que vio un camino rural que parecía ser una buena opción para sortear el obstáculo. Mientras giraba el volante, justo antes de alejarse de los manifestantes, grito “¡Vayan a dar clases, vagos de mierda!”
Tal vez fue el karma… Tal vez fueron las malas ondas… O tal vez el viejo tenía una suerte de mierda. La cuestión es que el camino que tomó lo llevó hasta un castillo que nunca en su vida había visto. O sea… un caserón de la puta madre ante el cual su mansión parecía una casilla de la villa 31.
Según el cuento clásico, al entrar en el lugar, el hombre vio que las puertas y las tazas se movían, que los televisores se prendían sólos cada vez que Cristina daba un discurso… Eso sí: no tenía de qué quejarse. A la hora de la cena lo esperaba una cena de bienvenida espectacular, le habían preparado la mejor habitación en la que había estado con la cama más cómoda de todas aquéllas en las que alguna vez había dormido. Decididamente, era un lugar de cinco estrellas. ¡Pero los objetos se movían sólos…! O eso es lo que él creyó. Lo que pasó en realidad es que el viejo, como toda la gente que tiene guita para tirar para arriba, no se rebajaba a mirar (¡y menos saludar!) al portero, ni a la recepcionista, ni al cadete que le llevó las valijas al cuarto, y mucho menos a la moza que le trajo la comida… ¡Así cualquiera ve que las cosas se mueven solas! ¡Encima, todas las demás habitaciones estaban vacías! El tipo terminó creyendo que el sitio estaba embrujado; pero se dijo a sí mismo “Al menos, si hay fantasmas, no son de los que gustan de asustar. Obviamente se dieron cuenta de que soy un huésped de categoría”.
A la mañana siguiente, la radio que había en el cuarto se encendió aparentemente “sin que nadie la tocara”, y el hombre se despertó justo para oír en las noticias que el corte en la ruta había terminado luego de un operativo policial; habiendo quedado tan sólo unas pancartas ensangrentadas al lado de la ruta. Una hora después, tras bañarse y ponerse un traje nuevo que, él creía, “algún encantamiento habría hecho aparecer”, y tras disfrutar de un exquisito desayuno que “mágicamente” apareció en la mesita de luz, se estaba subiendo al auto cuando, tras ver un rosal y acordarse del pedido de su hija, decidió cortar una rosa y llevársela. Antes de poder volver al auto, una bestia peluda como de dos metros veinte de alto se le paró enfrente y lo llevó por la fuerza al interior.
Según nos cuentan, el monstruo, que resultó ser el dueño del castillo, se enojó porque el viejo de mierda, encima que lo trataban como a un rey, le quiere robar una flor. Pero lo que en verdad sucedió es que el empresario, como toda persona importante, se cree que es natural que lo traten bien. ¡Y se olvidó de pagar! ¡¿Pueden creer?! ¡Claro…! ¡Si era su secretaria la que se encargaba de girar los cheques de sus gastos! ¡Ni eso hacía por él mismo! Al creer que se quería ir sin pagar, Bestia, un chabón grandote al que le decían así porque parecía un animal (tanto por su tamaño como por su cuestionable higiene) y del que se decía que casi le agarra gangrena en una pierna, lo paró en seco y lo metió por la fuerza en el castillo, que resultó ser un hotel perteneciente a cierta familia que años después, tras un recambio de gobierno, sería investigada por enriquecimiento ilícito.
El monstruo dejó que el hombre se fuera a cambio de que le prometiera llevarle a la hija que había pedido la rosa. El viejo no tuvo más opciones que aceptar entregar a la hija o quedar encerrado por el resto de su vida (o hasta pagar la multa que le impusiera el juez). Cuando aquél se fue, Bestia se relamía pensando en la chica que le iban a llevar para que se coma… metafóricamente hablando, claro está; puesto que, con lo feo que era, sólo le daban bola las chicas que cobran.
El viejo no quería saber nada con que la hija se fuera con el monstruoso dueño del castillo, e incluso se le cruzó por la cabeza mandarlo liquidar; hasta que supo que quienes administraban el lugar eran miembros de la familia más poderosa de Santa Cruz. Por miedo a que se lo llevaran al padre, y por la emoción que le causaba que un noble la reclamara, Bella se decidió a ir. Además, quería saber exactamente qué es lo que aquél extraño tenía de “bestia”. Con semejante apoda, la piba se imaginaba que, apenas llegara, el chabón la agarraba y le hacía de todo ahí mismo en la recepción. Sin embargo, se equivocó. Bestia, que no daba su nombre a conocer para evitar quedar pegado en alguna causa judicial, la trató mejor de lo que se hubiera imaginado: Le sirvió comidas deliciosas, jugos de frutas tropicales (ella esperaba cerveza tirada, pero se conformó), le armó la cama… Ahí ella se dijo “Ahora viene el quí de la cuestión”. Pero se equivocó nuevamente: por más que lo esperó, Bestia no la molestó en toda la noche. La chica ya se preguntaba si él sería gay o impotente. “¿Para qué quería que venga sinó?”
Así pasaron los días, entre conversaciones corteses, paseos por el campo, cenas que incluían langosta, caviar, pulpo, algún que otro viajecito a Italia los fines de semana… y demás cosas que la gente normal no podría pagar. Ella le había empezado a agarrar cariño al bicho éste que la hospedaba, y que cada noche después de la cena le pedía que se casara con él, recibiendo cada vez un nó por respuesta.
Bestia le había regalado a Bella un espejo mágico con el cual podía ver lo que pasaba en la casa de su familia. Era en realidad una Tablet con internet ilimitado con la cual veía en el face todo lo que sus hermanas publicaban (prendas nuevas, joyas nuevas, chongos nuevos, y todo lo que el dinero del viejo podía pagar). Pero ella, que era una analfabeta tecnológica, creyó que era un espejito mágico. La cuestión es que así se enteró que su progenitor estaba muy triste, haciéndose la cabeza pensando en todas las cosas que el horrible dueño del castillo le estaría haciendo por las noches. Hasta había quedado de cama. Las hijas mayores ya hablaban de internarlo en un psiquiátrico y heredar antes de tiempo. Preocupada por su padre, y por la injusta repartija que sus hermanas harían con la herencia, le rogó a su captor que la dejara ir por unos días. Sorprendentemente, éste le dijo que le daría una semana; y que al octavo día debería estar de vuelta. Ella prometió cumplir.
Como las hermanas mayores de Bella eran malintencionadas, por lo que eran feas por fuera y también por dentro, cuando faltaba sólo un día para que Bella se pegase la vuelta, le cambiaron la fecha en la Tablet antes de que ella despertara, haciéndole creer que todavía tenía tres días más. Pero uno de esos días en que Bella se olvidó de cargar la Tablet, ésta se apagó. Al cargarse lo suficiente, la chica la encendió y la fecha se actualizó automáticamente. Al ver qué día era, y comprobar que había faltado a su palabra, rajó para el hogar de Bestia, a quien halló agonizando en el jardín que ambos solían recorrer cada mañana después del desayuno. Ella se dijo así misma que era su culpa, y estaba segura de que él moría de dolor. En parte era cierto: moría de dolor, pero por una enfermedad de transmisión sexual que una de las chicas por hora le había contagiado.
Lamentando haberse ido, y creyendo que él moriría sin remedio, Bella le dio un beso en la boca a Bestia, arriesgándose a contagiarse quién sabe qué cosas, y le dijo que sí se casaría con él. Luego de oír esto, como por arte de magia (es decir, luego de un baño, una afeitada y una cirugía estética de emergencia), Bestia se convirtió en un rubio de ojos celestes a quien todas las revistas de moda querían fotografiar.
La noche de bodas, apenas dieron el sí, Bella se llevó a su reluciente marido al cuarto incluso antes del “puede besar a la novia”. Es que quería confirmar si el apodo de “Bestia” lo tenía bien puesto.
Y, colorín colorado, esa noche se encamaron.
Fin

Victor Gabriel Pardo

Derechos Reservados


Segundo, de la sección CUENTOS LINDOS, RAROS Y ESPANTOSOS:

Buscando Libertad

Él me perseguía. Pensé que lo había dejado atrás, pero su padre lo ayudó a encontrarme; y puso todo su empeño en no perderme de vista. Meterme entre la multitud no dio resultados. Siempre veía su mirada al voltear. Esos ojos negros, profundos y atentos a cada detalle y a cada uno de mis movimientos. Está obsesionado conmigo. No me deja en paz. Me abraza, me besa, me muerde… ¡Tengo que irme! ¡Tengo que alejarlo de mí! Pero… Pero ya no sé dónde ir.
Si él no tuviera ayuda, o si yo la tuviera, hace tiempo que me habría librado de él. Pero todos y cada uno de ellos están decididos a frustrar mi escape. Incluso las leyes dicen que debo permanecer en esta situación de esclavitud, cuando el hecho de que haya terminado con él fue sólo coincidencia. Un accidente podría decirse. Yo no quería, pero un traidor me mintió. Engañada por la persona en quien más confiaba.
Ahora intento huir de nuevo; pero él siempre está cerca, esperando que yo dé todo mi tiempo y energías para su provecho y disfrute. No quiero hacerlo más. Se lo dije a esa basura que me engañó y me entregó a mi apropiador. No me escucha, o cree que no hablo en serio.
Todos se llevarán una sorpresa cuando me independice y abandone a ese bebé y a su padre para siempre.
Fin

Victor Gabriel Pardo

Derechos Reservados


Y finalmente uno de la sección CUENTOS DEL CAZADOR Y LA DIOSA:

Casa Infestada

¡No se imaginan la plaga que hay en casa! ¡Y no estoy hablando de unas termitas de morondanga que te comen las maderas del techo! ¡Esto me apestó toda la casa! ¡Todos los animales se me contagiaron! ¡Varios se me murieron!
Primero fueron los dinosaurios, los dragones, los mamuts y las aves gigantes. Luego los unicornios, los duendes, las hadas… Después los tilacinos, las tortugas gigantes y varias especies de peces. Hoy en día siguen desapareciendo especies, y todo por culpa de esos bichos asquerosos.
En realidad, fue culpa mía. Los creé sin querer, de casualidad. Algo así como cuando crecen hongos en una superficie húmeda.
Desde hace tiempo que me quiero deshacer de ellos; pero, por alguna razón, siguen proliferando. La verdad que no lo entiendo. No tienen garras, no tienen colmillos (nó al menos unos colmillos que uno diga “¡Puf, qué colmillos!”), y tampoco tienen pelo para soportar el frío del invierno. El único que sí estaba más o menos adaptado era el nendertalense aquél, ¡pero hace rato que se murió!
Me les aparecí varias veces, les hablé para pedirles que se dejen de joder; pero no entendieron. Hicieron cagada e intenté congelando la tierra, ¡y volvieron a crecer en cuanto descongelé un poco! Hicieron más cagada, y tuve que baldear. ¡Provoqué una inundación de la puta madre! ¡¿Qué hicieron estos?! Dijeron “¡Sï, entendimos, tenemos fe, bla, bla, bla!” ¡Y miren cómo me dejaron la casa! ¡Un desastre! ¡Lo único que se me ocurre es llamar al exterminador, a ver qué pasa!
Fin

Victor Gabriel Pardo

Derechos Reservados


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