martes, 13 de septiembre de 2016

¡¡¡CUENTOS FRESCOS PARA TODOS!!!

¡QUE LOS DISFRUTEN!



El primero, de la sección CUENTOS CLÁSICOS ARGENTINIZADOS:

Blancanieves Y Los Siete Degeneraditos

Érase una vez una reina que estaba sola desde que al rey le dio un bobaso y terminó estirando la pata. Era una reina muy hermosa que todos los días se levantaba y le hablaba al espejo. Las sirvientas que la peinaban se decían a sí mismas "¡Esta mina está senil!" Pero éste no era un espejo convencional; sinó un espejo parlante que, lejos de asustarla, la halagaba todo el tiempo (“¡Eres la mujer más hermosa del reino! ¡Que linda que estás! ¡No sabés cómo te caigo, mamita!”, y cosas como esas), haciéndola sentir muy bien consigo misma. Como toda mujer, a la reina le encantaba que la halaguen. Pero, al ver a las pibas del barrio que también estaban fuertes y además eran más jóvenes, se ponía como loca. Se compró cremas, se hizo cirugías, hacía gimnasia; y hasta aprendió a hacer hechizos para que a las otras mujeres les salgan verrugas. En fin, todo lo que las mujeres hacen para estar lindas. Desde ya que todos los nobles de la zona le querían caer; pero era tan arisca que no se bancaba que le vinieran a arrastrar el ala. Algunos de ellos decían que le había venido la menopausia.
Lo cierto es que ella había empezado a tener una relación muy personal con el espejo mágico, el cual, no teniendo cuerpo, le propuso a la reina tener una relación abierta; cosa que ella aceptó con agrado ya que ella, después todo, tenía sus necesidades… Bastante degeneradito resultó el espejo al que, como a todo espejo, le gustaba mirar. Se babeaba todo cuando ella se veía con uno de sus amantes en la alcoba real. Y, como era mirón, se hacía unas escapadas para espiar a las mujeres jóvenes de los alrededores. Sabedora de esto, la monarca le preguntaba al espejo quién era la mujer más linda; como para demostrarle que estaba sabiendo que miraba a otras mujeres. El espejo sentía que se le hacía un nudo en la garganta, pero se calmaba cuando recordaba que los espejos no tienen garganta y que, además, a la reina la calmaba con unas palabras lindas. “¡Vós sos la más hermosa! ¡¿Quién va a ser?!” respondía nervioso. Tenía miedo de que, si decía otra cosa, lo tiraban al suelo y se cagaba muriendo como el difunto rey.
Aconteció un día, en una de esas salidas transitorias dedicadas a mirar culos, que el espejito se puso medio en pedo y habló de más. Al llegar al castillo, chocándose con muebles y paredes, se cruzó con la hermosa reina, quien le hizo la pregunta de siempre; y, en un inesperado sincericidio, él dijo “¡Y…! ¡La blancanieves! ¡No sabés lo fuerte que está esa minita!” La reina quería saber la dirección de Blancanieves, pero el espejo estaba tan en curda que cayó dormido en uno de los sillones que la reina tenía en su aposento.
No lo rompieron porque era el favorito de la corte real; pero la monarca se sacó, y mandó a su mejor cazador a buscar a aquélla joven que tenía la desgracia de ser aún más linda que ella, y traerle su corazón. Y, como era quien gobernaba el país, ella se decía a sí misma “¡Total… ¿Quién me va a meter presa a mí?!”
Como era el mejor en su oficio, que le había enseñado bien a su hija Ricitos, el cazador recorrió la zona rastreando a su presa, siempre con el cuchillo a la mano… hasta que la encontró: Una chica de pelo negro ondulado y brillante, que sacaba agua de un pozo para llevar a su casa. Él se fue acercando lentamente cuchillo en mano; pero quedó estupefacto cuando ella se dio vuelta y mostró su rostro blanco como la leche, sus ojos negros tan profundos que podían hechizarlo a uno con la mirada, sus labios rojos dignos de una pintura de Monet… ¡Y un cuerpo de la puta madre…!
“¡Qué la voy a matar!”- se dijo él para sus adentros- “¡Se va todo al carajo! ¡Yo a esta piba me la como!”, y bajó su arma, cuya visión hizo que ella se cagara en las patas, dejando caer el balde de agua al suelo. Lamentando haberla asustado, y queriendo galantear un poco por si tenía oportunidad de ya saben qué, el hombre guardó su cuchillo y confesó cuál era su funesta misión; por lo que ella casi sale corriendo. Pero se tranquilizó cuando él le prometió que no la lastimaría, promesa que hizo después de que ella le prometiera asimismo hacer ciertas cosas por él si, en vez de su corazón, le llevaba a la reina el corazón de un venado. Por suerte para ella (¡Y para él!), pasaba por allí casualmente la mamá de Bambi.
Satisfecha la reina con el corazón de venado, que creyó era el de Blancanieves, corrió a preguntarle al espejo “¡¿Y ahora, quién es la más linda de todas?!”; pero se decepcionó terriblemente cuando éste respondió “¡Ya te dije que Blancanieves! ¡¿Estás sorda o qué?!”
La reina, consternada con la respuesta, lo increpó.
_¡¿Así que un cadáver te parece más lindo que yo, espejo de mierda?! ¡¿No te das cuenta de que sós un degenerado?!- gritó la reina.
_¡Eeeee! ¡¿Qué te paaasa, loca?!- dijo él - ¡¿No te das cuenta que te chamuyaron?! ¡La Blancanieves se las tomó!_
Para cuando ella volvió para dar la orden de ejecutar al cazador, éste también se las había tomado. La reina podría haber enviado al ejército a buscarla, pero pensó “¡Éstos soldados seguro que se dejan seducir por esa atorranta que andá a saber qué le hizo al cazador!” Por lo que decidió ir ella misma disfrazada para que no la reconozcan. Estuvo un buen tiempo buscando por todo el bosque hasta encontrar a Blancanieves. Le hubiera preguntado al espejito, pero éste estaba internado en una clínica de rehabilitación. Se puso harina en el pelo para que parecieran canas, se pegó algunos mocos en los brazos y la nariz para que parecieran verrugas, y se puso la ropa que le afanó a una de sus criadas. Cualquiera diría que, siendo experta en magia negra, bien se podría haber convertido en una viejita sin hacer todo aquello. Pero ella temía que, una vez se convirtiese en viejita, se olvidase para qué carajos lo había hecho y, peor aún, cómo desconvertirse de vieja chota en la hermosa reina de siempre.
Por aquél entonces, Blancanieves se había mudado con unos petizos que vivían en medio del bosque. Siete hermanos que vivían hacinados en una cabaña de madera. En realidad, fue como de casualidad. Ella estaba caminando cerca de un arroyo cuando vio una casa hecha de pino y con techo de paja. La pobre estaba cansadísima, así que entró a la cabaña (agachada, porque la puerta era como para perros) esperando poder dormir. Cuando vio las camas diminutas, supuso que todo el lugar era un cuarto para bebés. Juntó todas las camas y se tiró a descansar. ¡Estaba muerta del cansancio! No se despertó hasta las once de la mañana del siguiente día. ¡Se imaginarán la sorpresa que se llevaron los dueños de casa por la noche cuando vieron, desparramada sobre las siete camas, a una mujer que medía tres o cuatro veces lo que cada uno de ellos! ¡Pensaron que los dioses finalmente habían oído sus ruegos! ¡No saben lo difícil que era engancharse una mina en el pueblo cuando te confundían con un chico de cinco años! Encima no sabían cómo carajos iban a hacer para dormir con ésta ahí despatarrada. No era de caballeros despertar a una dama. Y, sin embargo, habiendo venido del trabajo, todos ellos tenían que descansar. La solución vino del más inteligente de ellos, Sabiondo, quien propuso que cada uno compartiese la cama con la parte de la chica que estaba allí reposando. Él, por ejemplo, tuvo que compartir su propia cama con el mullido traste de Blancanieves. ¡Más que sabiondo, era un vivo bárbaro! A Gruñón le tocó dormir junto al busto; y, por primera vez, dejó de ser tan gruñón. A Estornudo le tocó dormir con los pies de Blancanieves. ¡Por suerte! ¡No vaya a ser cosa de que estornude junto al oído de la joven y ésta se despierte! A Tímido le tocaron las manos, pero no le importaba; ya que era demasiado tímido como para estar con cualquier otra parte. Tontín se tuvo que quedar con la panza. Al principio se dijo a sí mismo que iba a dormir muy incómodo, ya que la respiración de ella hacía que la panza se hinchara y adelgazara todo el tiempo; hasta que vio el ombligo…
_¡Bueno…!- se dijo -¡Algo se puede hacer!
¡Era Tontín, nó Boludín! A Dormilón le tocó dormir con las piernas, cosa que Estornudo vio con enojo.
_¡¿Por qué no se queda él con los pies?! ¡Si igual se va a dormir!
A Feliz le tocó dormir junto a la cara de Blancanieves, cosa que le impresionó mucho. ¡Imagináte, dormir con una jeta gigante a tu lado! Pero luego vio que la chica dormía con la boca abierta… Y esa noche, Feliz durmió más feliz que nunca.
Para mal, cuando se despertaron de madrugada para ir a trabajar, estaban todos tan mal dormidos que  no estaban como para hachar árboles; así que se fueron a tomar mate tomando el fresco. Cuando ella se despertó estaba completamente desnuda, su ropa estaba hecha jirones en el suelo y lo único que recordaba era que soñó con que la atacaba una manada de ositos de peluche. Salió a darse una ducha en el arroyo, y vio en el patio a los siete degenerados que, pudo deducir, eran los responsables de que debiera limpiarse en partes donde no siempre se limpiaba, y de que debiera hacerse una prueba de embarazo.
Primero pensó en hacerles la denuncia, pero después recordó que la estaban buscando; así que se contentó con pasar por la farmacia y tomarse la pastilla del día después. Como nos enseña el cuento clásico, Blancanieves se quedó a vivir con estos siete chabones. Lo que no nos cuentan era que ella insistió en saber qué cosa le había hecho cada uno de ellos; y, como no querían contarle, ella dijo “¡Bueno! ¡Pero al menos muéstrenme!” Y así sellaron la unión. Claro que era una relación abierta, ya que algunos de los enanitos eran bisexuales. ¡Vivían solos en medio del bosque y las minas del pueblo no les pasaban ni cabida! ¡Algo entre ellos tenían que hacer!
Uno de esos días, mientras los enanos (o “personas pequeñas”, según la gente quisquillosa) estaban trabajando, la reina, cansada de andar por el bosque, fue a caerles a la casa que ahora aquéllos compartían con la que, según el espejito mágico, estaba como para partirla como un queso. Y, como parte del bosque estaba llena de manzanos, la mina se llevó unas cuantas manzanas para ir comiendo en el camino. Cuando Blancanieves abrió la puerta, la reina estaba tan cansada que ya ni le importaba si la piba era más linda, si estaba viva, si se había escapado… Lo único que quería era descansar. Incluso había decidido reemplazar la manzana envenenada por una sana. Uno creería que una bruja medio chapita capaz de mandar a descuartizar a una muchacha no suele cambiar así como así. Pero caminar sola por el bosque le dio tiempo para pensar que, cuando llegue a anciana, y su magia no sea la misma, a menos que cambie nadie la va a querer cuidar. El problema fue que, al ver a la reina disfrazada y confundirla con una anciana cualquiera como las que andan mangueando en el tren, Blancanieves decidió cerrarle la puerta en la cara; aunque se detuvo en cuanto aquélla dijo que le traía un regalo. Ofendida como estaba ahora y olvidando sus recientes consideraciones, la reina tomó la manzana envenenada y se la dio. Como la chica estaba tan acostumbrada a que la gente le regale cosas, por culpa de todos los tipos que la querían conquistar, tomó la manzana y cerró de un portazo.
_Pendeja de mierda- dijo en voz baja la mujer mientras volvía poco a poco a su palacio.
Como todos sabemos, Blancanieves cae bajo el hechizo que, por alguna razón que nadie pudo explicar jamás, un simple beso en los labios podría romper. Digamos que la reina no era una de las mejores brujas que había. Los enanos estaban todos mariconeando alrededor del cuerpo de la chica que, tras el velorio, sería llevado al cementerio de la Chacarita. Y, en medio de tanto llanto, un joven que pasaba por ahí y que respondía al nombre de Azul, se detuvo ante la bella imagen de Blancanieves. Aparte de sus siete amantes, la muchacha estaba rodeada de animales, guardaparques e incluso algunas amigas, todos los que alguna vez habían asistido a las fiestas swingers organizadas en casa de los enanos; por lo que no se sorprendieron al ver llegar al desconocido, quien resultó ser un príncipe en busca de asilo y que había sido expulsado por su padre de su propio reino. Mientras todos rompían en llanto una y otro vez, nadie se preocupó cuando el muchacho besó en la boca el que creyó era el cadáver de la bella joven. Era medio necrófilo ahora que lo pienso. Y, rompiéndose el hechizo, Blancanieves despertó. Todos saltaron de alegría, y lo abrazaban al joven en agradecimiento por haberla revivido.
Como sabían quién era la bruja, y teniendo miedo de que volviera a intentar matar a la novia de todos ellos, los enanitos decidieron que debían hacer algo. Esa misma noche, hachas en mano, se metieron en el castillo mientras todos, espejito y guardias incluidos, dormían; y se encargaron de que la reina fuera a hacerle hechizos a San Pedro.
Colorín colorado, a la reina descuartizaron. Por su parte, Blancanieves asumió el trono en lo que los diarios locales definieron como un golpe de estado. La policía y las fuerzas armadas pensaron arrestarla, pero ningún jefe de policía o general se resistía a los encantos de la joven. Además, ellos sabían que, de ser arrestada, ella le contaría a la prensa de las fiestas a las que ellos mismos habían asistido en medio del bosque. Los enanitos se encargaron de formar su guardia personal, y ahuyentaban a todo aquél que osara pretender la mano de la nueva reina.
En cuanto a Azul, al saber que la chica no estaba en realidad muerta, dijo “¡¿Qué?! ¡¿Está viva?! ¡Qué asco!” Y se fue en busca de nuevos rumbos. Algunos dicen haberlo visto rondando el castillo de la chica ésa del sueño pesado, la Bella Durmiente. Pero dejaremos esa historia para otra ocasión.
Fin
Victor Gabriel Pardo 
Derechos Reservados



De la sección CUENTOS, LINDOS, RAROS Y ESPANTOSOS:


En Tus Últimos Momentos Quiero Decirte

Nadabas en el lago, mientras los rayos del sol se reflejaban en el agua. Te movías libremente. Demasiado libremente para mi gusto. Se me hacía difícil seguir tus movimientos con la vista. “¡Qué hermosa! ¡Ojalá la tuviera!” me dije a mí mismo. “¡Todos me envidiarían y querrían tener una como vós!” Decidí sacarte y hacerte mi propiedad. Sabía que al final esto no terminaría bien para vós; pero también sabía cuánto te disfrutaría. No pude resistirlo. El impuso pudo más, e hice mi mayor esfuerzo para tenerte; y lo logré. Al principio ni te inmutaste. No me dabas bola. Pero yo soy muy perseverante; y vós, después de todo, aunque más linda por fuera que muchas otras, por dentro sós igual que todas las demás. Y así caíste, como todas aquéllas a las que he atrapado antes. Una vez que te tuve, te subí al vehículo y partí para mi casa. ¡No te iba a dejar ir ahora que te tenía! Te moviste bastante mientras conducía, e incluso un par de oficiales te vieron ahí en el asiento del acompañante, encerrada y sin poder decir palabra; pero no hicieron más que alegrarse ante tal visión. Incluso uno de ellos te sacó una foto para mostrar a sus amigos. ¡Resultaron ser de los míos, ¿podés creer?! Les recomendé el sitio donde te encontré. Me dirigías una mirada desesperada, mientras te sacudías intentando salir del vehículo. Veías el lago a través de la ventanilla. Y luego la ruta te mostraba, a través del parabrisas, el camino por el cual jamás habrías de volver. Tantas veces te habías divertido allí que no creías que algo te podía pasar, aunque fuera tan tarde. Pero yo ya te había visto la vez anterior que visité ese sitio. Al llegar a casa, estabas desesperada. Mi mujer te miró asombrada, ya que nunca le había llevado una tan buena como vós. Se relamía mientras te llevaba a la bañera. Debo pedirte perdón por esto último. Es que no entrás en otro lado, y en cuanto te saque de la bolsa, va a salir el agua. Pero seguro que esto es lo que menos te molesta. Sé que estás aterrada ante esta cuchilla de treinta centímetros que estoy afilando frente a vós. Tenés razón de estarlo. De hecho, estoy a punto de clavártela justo en la apertura de tus partes privadas, para luego abrirte hasta el cuello y cortarte la cabeza. Después te quitaré las tripas, los pulmones, el corazón, y todo lo que sobra. ¡No, no no! ¡No te muevas tanto! ¡No intentes salir! ¡No voy a apuñalarte ahora! Esperaré a que el agua se termine de escurrir de la bañera, te ahogues y mueras. Después haré todo lo demás. Así que, vós… tranquila. Por cierto, a mi mujer también le parecés una trucha muy linda.

Fin

Victor Gabriel Pardo

Derechos Reservados



Y finalmente, de la sección CUENTOS DEL CAZADOR Y LA DIOSA:

Fatalidad Divina

Y el Pastor dijo “Le paso la palabra al Señor Febo”. Y éste, entre llantos y lágrimas, dijo unas palabras por la difunta:
_ Yo, al igual que ustedes, todavía no lo puedo creer del todo. ¿Cómo pudo ser posible? Ella tenía tanto para dar… tanto amor por su familia, sus amigos, sus hijos… por todos sus hijos… ¡No lo puedo entender! ¡Esto se podría haber evitado! ¡Ella misma sabía de ante mano lo que le pasaba! Pero no hizo nada… nada… ¡Y yo tampoco lo pude hacer! De haberlo intentado… De haberlo intentado, la habría lastimado a ella también. ¡Y no podía hacerlo! ¡Era ella la que debía tomar la decisión! Y no pudo… no pudo… Es que los amaba tanto, tanto que… ¡No tuvo la sangre fría para sacarse esa peste que se le extendía más y más! Y todo por amor. ¡No se puede tener tanto amor por alguien que te lastima tanto, que te insulta, que te olvida…! ¡Y ahora ella murió! ¡Y, si ella murió, significa que todos nosotros podemos morir también!”
Ares (o Marte, como algunos le decían) que ayudaba a Apolo a sostenerse mientras se dirigían juntos hacia la puerta, sintió culpa por haber incitado tanto a los hombres a palear entre ellos. Pero él tampoco pudo evitarlo. Así como estaba en la naturaleza de su madre brindar todo lo suyo generosamente, estaba en la naturaleza de él promover la guerra. Pensándolo bien, no era un muy buen hijo que digamos.
Los llantos desconsolados de Febo Apolo por la más divina de las olímpicas conmovieron a todos los presentes. Pero lo que más los shockeó fue la última oración: “…si ella murió, significa que todos nosotros podemos morir también…” Ni siquiera Zeus pudo evitar sentir escalofrío.

Fin

Victor Gabriel Pardo

Derechos Reservados

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