¡Felices lecturas para todos!
Empezamos como siempre, con la sección CUENTOS CLÁSICOS
ARGENTINIZADOS:
Gepeto
Tenía Un Secreto
Cuenta la historia que Gepeto, un carpintero muy
anciano de las afueras de Luján, soltero y sin hijos, en su soledad y necesidad
de Cariño, construyó un nene de madera como de diez años de edad para que le
hiciera compañía… ¡Hmmm! Podemos imaginarnos por qué era soltero y sin hijos.
Es de entender que los vecinos le tuvieran bastante desconfianza.
La cuestión es que, como siempre pasa en los
cuentos, un hada madrina que no tenía nada que hacer más que meterse en casa
ajena y espiar a la gente, escuchó cuando el viejo dijo entre llantos cuánto le
gustaría tener un hijo, a la vez que abrazaba al muñeco de madera. Enterneciéndose
de él, y sin oír para qué quería un hijo ni darse cuenta de que ese abrazo no
era sólo un abrazo (de hecho, si el muñeco ya hubiera sido un niño de verdad,
habría denunciado a su creador por tocamientos indebidos), el hada madrina
decidió darle vida a la creación de Gepeto, que ahora podía hablar y moverse
como cualquier niño real. ¡Se imaginarán el susto que se pegó el viejo cuando
vio que uno de sus juguetes se movía por propia voluntad! ¡Casi le da un
infarto! Lo primero que supuso fue que Pinocho, como había nombrado al muñeco, estaba
endemoniado; por lo que decidió llamar a un cura para que le bendijera la casa.
Curiosamente, el cura del pueblo era uno de sus mejores clientes; y le había encargado
media docena de muñecos de madera que, igual que Pinocho, parecieran niños de
diez años… Cuando el padre vio que Pinocho estaba vivo, lejos de asustarse, le
pidió a Gepeto que le hiciera media docena de ésos. El viejo le confesó que no
tenía idea de cómo es que cobró vida; así que, decepcionado y sin la menor intención
de hacerse el exorcista (ya que la noche anterior había visto esa película y
estaba cagado hasta las patas), el religioso se fue, no sin antes recomendarle
al carpintero la iglesia universal, donde aparentemente hacen exorcismos todos
los fines de semana. El problema es que en esas iglesias te manguean antes de
que puedas decir “perdóneme padre porque he pecado”. Y Gepeto, que no tenía un
sope, se fue a la cuarta vez que le acercaron la canastita de las ofrendas.
Luego de volver a casa y ver que Pinocho no estaba
poseído ni le quería hacer nada malo, decidió criarlo como a su hijo. Lo mandaba
a limpiar la pieza, a hacer los mandados al mercado chino, a lavarse las manos
antes de comer… Esto último no le gustaba a Pinocho, ya que el agua y la madera
no se llevan muy bien juntas.
De lo que pronto se dio cuenta Gepeto fue que a
Pinocho le crecía la nariz cuando mentía; por lo que decidió llevarlo al
prostíbulo local, donde siempre había gente dispuesta a perder algo de plata en
el truco. Se imaginarán que la idea era ponerlo en el equipo contrario. Al
final de cada mano, cuando el inocente niño de madera había hecho perder todo a
sus ocasionales compañeros de partida, éstos lo amenazaban con arrojarlo al
fuego para el asado; pero se salvaba porque siempre lo salían a defender las
prostitutas del lugar. Uno creería que a ellas les salía el instinto materno; pero
la realidad era que, según los rumores, la nariz no era lo único que le crecía
a Pinocho cuando mentía. Y, por si estos rumores no fuesen ciertos, ellas
conocían posiciones del Kamasutra para experimentar con esa nariz.
Como la cabeza de Pinocho era de madera, su mente no
era muy ágil que digamos. Y así es que, cada dos por tres, algún zorro le hacía
creer en el cuento del tío. Gepeto le había advertido que ese tío era un
estafador, pero él no le hacía caso.
En una rateada con amigos, Pinocho se fue tan lejos
que se perdió. El viejo lo buscó por todos lados, y casi termina en el Moyano
cuando un doctor de esa institución lo hoyó decir que andaba buscando a un nene
de madera de como diez años. Asimismo, casi termina en cana por estar contando
la misma historia cerca de la comisaría. Lo que sucedió fue que, haciendo dedo,
Pinocho logró que una pareja lo subiera a su auto y lo llevaran con ellos de
vacaciones al sur. Visitaron museos, vieron pingüinos e incluso hicieron
avistaje de ballenas. Quiso la mala suerte que el barco desde el cual admiraban
a los cetáceos se balancease justo cuando Pinocho se asomaba para sacar fotos,
y éste fue a parar a las fauces de una ballena franca austral que pasaba por
allí. A la pobre, que no hacía otra cosa que comer plancton, le dio una indigestión
de la puta madre; y fue a parar a la playa en busca de la ayuda de Greenpeace.
Pero la gente que allí se reunió a ver al gigante encallado, con la carne tan
cara como está, decidió hacer un asado comunal para toda la ciudad de Puerto Madryn.
Con la grasa hicieron aceite para las tortafritas, y donaron el esqueleto y las
barbas de la ballena al museo de ciencias naturales. Al terminar, sólo quedaban
un montón de tripas de ballenas con las que las gaviotas se hicieron un festín,
gracias al cual Pinocho se vio libre del estómago gigante.
Una vez en casa, el hada madrina convirtió al muñeco
en un niño real, reemplazando su cuerpito de dura madera por uno de carne y
hueso, cosa que entusiasmó al anciano Gepeto más que a Pinocho mismo. Esa misma
noche, luego de una visita nocturna de su padre, Pinocho se cuestionó si lo que
el hada madrina hizo por él era en verdad un favor. Y, como todo niño real,
finalmente pudo llorar y levantar una denuncia.
Colorín colorado, al pedófilo encerraron.
Fin
Victor Gabriel Pardo
Derechos Reservados
Ahora uno de la sección CUENTOS LINDOS, RAROS Y ESPANTOSOS:
Una
Flaca Como Esa
Primero la sacaron de su descanso. Después le
quitaron todo. Y, como si aquello fuera poco, la lavaron hasta que quedó
reluciente. Su exquisita blancura y la gracia de su figura la hacían más
deseable de lo que ellos se imaginaron que sería. Sabían que ésta valdría por
lo menos mil dólares. En cuanto estuvo en el lugar pactado para la venta, donde
un grupo de importantes hombres se reunían alrededor de la “mercancía”, las
ofertas comenzaron a llover. Su comprador pagó por ella más de cinco mil
dólares. La metió en el baúl de su auto y se preparó para partir. Podría
haberla llevado adelante, pero no quería tener que explicar de dónde la había
sacado. Hace mucho que buscaba una igual, y ahora la tenía, sólo para él.
Estaba que no se contenía de la felicidad. Se pasaba horas mirándola, tocándola,
acariciando cada centímetro de ella. Pero ella tenía algo que lo hacía sentir
incómodo: Era como si sus ojos aún estuvieran allí, mirándolo fijamente. Como
si aquello que solía ser piel tersa y carne trémula aún se estremeciese bajo el
rose de sus manos. Como si sus labios apareciesen de repente y, rojos como habían
sabido ser, quisiesen besarlo. Atrapado por la visión, él la abrazó como antaño
hizo tantas veces, y la besó apasionadamente sin sentir el paso del tiempo. Por
esta misma razón, y porque tenía los ojos cerrados, no vio que sus alumnos de anatomía
entraban en el salón de clases. Nadie se atrevió a decir nada. Estaban
espantados.
A él no le importaba lo que la gente pensase. La amó
antes y la amaba ahora aún más. Nada de lo que la gente opinase al respecto
importaba. Para su desgracia, las autoridades de la universidad pensaban
diferente, y veían muy mal que uno de sus profesores tuviese apetitos sexuales
tan espantosos.
Él abrió los ojos justo a tiempo para ver cómo un
oficial de policía le arrebataba de un tirón el esqueleto que sostenía entre
sus brazos; y a los enfermeros que, con una camisa de fuerza abierta, se le
acercaban lentamente.
Fin
Victor Gabriel Pardo
Derechos Reservados
Y, para terminar, la sección CUENTOS DEL CAZADOR Y LA DIOSA:
Divinas
Discusiones
Hubo una vez una discusión entre los dioses. Estaban
enojados, se empujaban los unos a otros, y se estaban por agarrar a las
trompadas. Zeus (o Thor, como le apodaban los amigos), lanzaba rayos por
doquier; Quetzalcóatl (la serpiente emplumada, como le decían por el disfraz
que usó durante el último carnaval) andaba amenazando con el hacha de piedra a
todo el mundo; y Jehová se hacía el misterioso diciendo que todo pasa porque él
lo permite, pero nadie le daba bola porque estaba de vacaciones permanentes
tras haber trabajado seis días de mierda.
Ellos y otras divinidades se disputaban haber creado
a los hombres. Y, como cada uno tenía una versión de los hechos, hubo varios
reclamos por derechos de autor que terminaron en juicio. La corte era precedida
por Palas Atenea, la diosa de la sabiduría, quien hizo atestiguar a la más
vieja de todos ellos: Pachamama, también llamada Hera entre los griegos (o “mamá”,
como le decía la jueza). El problema fue que la madre tierra estaba tan vieja
que la senilidad la hacía olvidarse las cosas. Entonces decidieron llamar como
testigos a aquéllos humanos que podrían dar algún dato que apoye o rechace
alguna de las versiones de quienes reclamaban la patente de la creación.
Primero llamaron al hombre más viejo del mundo,
suponiendo que por sus años sabría reconocer a cuál de ellos le debía su
existencia. Pero el hombre estaba igual de senil que Pacha, por lo que se
limitaba a mirar uno por uno a todos los dioses; hasta que de repente dijo “¿Dónde
está el muchacho que tenía todos esos brazos?” Los dioses se miraban entre sí
sin entender, hasta que Zeus se acordó.
_ “¡Ah, Vishnu! ¡¿Dónde estás, che?!” dijo el
olímpico mirando a todos lados.
Pero nadie respondió, ya que Vishnu era el único que
se había quedado trabajando ese día. Entonces llamaron a Darwin, quien se negó
a declarar ante esa corte, cuya autoridad y existencia no reconocía. Además,
sabía que, apenas abriese la boca, alguno de aquéllos lo cagaba a trompadas o
lo fulminaba con un rayo.
Jehová trajo como testigo suyo al papa Francisco,
esperando que el representante de la iglesia católica le diera un toque de
seriedad a sus reclamos; pero los demás dioses no pudieron contener la
carcajada cuando el sumo pontífice les dijo que Jehová era todopoderoso.
_“¡Ni siquiera pudo evitar que se coman una manzana!”
dijo entre risas la divina Atenea.
Entonces apareció Carlos, el dueño del boliche donde
semejante juicio tomaba lugar. Y les dijo “Bueno Muchachos. Ya vamos a Cerrar”.
_ “¡No, Don Carlos! ¡Un ratito más y terminamos!”
rogó el gran Zeus.
_ “¡No, no, no! ¡Vamos que hay que limpiar! ¡Saliendo
todo el mundo!” respondió el hombre.
Indignado por semejante trato, el padre de los
dioses pensó por un momento en castigar al bolichero; pero se contuvo, por si
el tipo se llagaba a enojar y no los dejaban entrar más. Al salir a la calle,
Pacha vio que la túnica de su hija tenía una mancha, y le dijo “Cuando
lleguemos a casa, poné el disfraz en remojo; que si queda manchado me cobran
multa”.
Fin
Victor Gabriel Pardo
Derechos Reservados
No hay comentarios:
Publicar un comentario